Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos

Día 10 de mayo, VI domingo de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan 15, 9-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros.»

REFLEXIÓN

Como el Padre me ha amado, así os he amado yo

El único remedio eficaz para la idolatría, en la que tantas veces caemos, y de la religión servil es escuchar a Jesús. Y es que brota permanentemente de nosotros la necesidad de constituirnos en eje, en centro, en referente. Queremos construir nuestra vida sobre nuestros propios cimientos, como aquellos de Babel, y la confusión y una vida dispersa son el resultado habitual. Hoy Jesús viene a sanarnos y a sacarnos de toda esa dinámica infernal: “el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo” (1 Jn 4, 10). En el amor, la iniciativa es de Dios, y la respuesta, nuestra.Sólo así nuestra vida es hermosa y proporcionada, santa y verdadera. Sólo así salimos del encasillamiento de nuestro amor propio, tan susceptible y vulnerable: “que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). Jesús, nuestro Maestro y Amigo, al abrirnos en este domingo de Pascua su corazón, nos instruye e ilumina el cómo, el modo de permanecer en el verdadero, en el único amor. Ese amor, que al haberlo consumado por y para nosotros se nos regala como mandamiento nuevo. Leer despacio una y otra vez este Evangelio es volver a entrar en el Paraíso.Para que mi alegría esté en vosotros
La identidad y la misión de Jesús se funden y armonizan misteriosamente. Su actuar es como su respiración, porque el necesita y desea corresponder a tanto amor como recibe de su Padre: Su saberse amado es su fortaleza y su alegría (cfr. Hb 1, 9), y ese es el legado que quiere dejar a su Iglesia. Así, el Reino no es un peso sobreañadido, un fardo indeseable, un precio que hay que pagar para ganar lo que realmente cuenta, lo que viene tras la muerte. Jesús, el Amado no quiere esperar.“Permaneced en mi amor, pues yo permanezco en su amor” (cfr. Jn 15, 9-10). Permaneced no en cualquier sueño de amor, en lo aparente, sino en mi amor. Señor Jesús, enséñanos a amar, a agradecer, a hacer silencio en ese fondo del corazón donde sólo tú habitas con tu Espíritu para que desaparezca por siempre la sombra con que deformamos tu rostro. Úngenos con el óleo de la alegría con el que somos tus amigos y profetas en medio del mundo, y con los que como Iglesia daremos abundantes frutos de vida.¡Que no nos cansemos de permanecer en el verdadero y único amor!.

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