El Rosario

LA ORACIÓN MARIANA POR EXCELENCIA

249_virgen_del_rosario_y_santos_(luca_giordano_sXVII_napoles)Entre las devociones con que el pueblo cristiano honra a la Virgen María sobresale el santo rosario; es la reina de las devociones marianas. Múltiples son las razones de esta afirmación. Destacamos algunas de ellas. El rosario tiene raíces muy profundas en el alma del pueblo cristiano. Para orar por un difunto, para pedir por una necesidad, para ejercitar la oración en familia… los cristianos recurren al rezo de esta devoción de manera espontánea. El rosario tiene una base escriturística amplia y sólida: sus misterios y sus oraciones están tomados de textos bíblicos. Esta oración es un resumen del Nuevo testamento.
Difícilmente se puede encontrar una síntesis más armónica de oración mental y vocal que el rosario; en él se ora con los labios, se medita con la mente y se ama con el corazón. La historia de la salvación está perfectamente presentada en sus momentos culminantes en los misterios del rosario. Cuando a algún sacerdote, por dificultades especiales, hay que dispensarle el rezo del oficio divino, frecuentemente se le conmuta por el rezo del rosario.

La Virgen María, en apariciones tan sólidamente cimentadas por la actitud de la Iglesia jerárquica como las de Lourdes y Fátima, ha pedido esta práctica piadosa.
Los santos, sobre todo los de los últimos tiempos, han excitado al pueblo cristiano, con sus exhortaciones y ejemplo, a la práctica de esta devoción.
Los Papas, en incontables documentos de su magisterio, han recomendado insistentemente el rezo del rosario.

Prehistoria

El Rosario, como forma actual, tuvo su prehistoria y su evolución. No fue una fórmula precisa y fija que la Virgen le entregara a Santo Domingo, tal como se representa en la iconografía. Ya se representaba así en dos cuadros del siglo XIII, destruidos en la revolución francesa y en los que aparecía la Virgen dando el rosario a santo Domingo. Con este tipo de representaciones iconográficas se trata de expresar el dono de la obra de santo Domingo, debida, aunque con elementos previos, a una iluminación sobrenatural, que le hizo estructurar y extender esta devoción en sus elementos fundamentales. Santo Domingo nace en 1170 y muere el año 1221. ¿Cuál es su obra como fundador del rosario? ¿Con qué prehistoria se encontró? Naturalmente se trata de la primera parte del Ave María, ya que el “Santa María” y las partes siguientes no se generalizaron en el rosario hasta principios del siglo XVII. Y hasta parece seguro que el nombre de “Jesús”, añadido a la primera parte del rezo avemariano, no se generalizó hasta mediados del siglo XIII.

El rosario, como se verá, tuvo una evolución muy varia hasta obtener la forma actual, establecida por la autoridad de la Iglesia. Pero antes – ya se verá la parte que santo Domingo tuvo en ello- el caso, escribe el P. Getino, era saludar insistentemente a la Virgen, dirigirle esa gratísima salutación que le dirigieron el Ángel y santa Isabel, contemplar con ese dulce acorde su vida y, más aún, la de su Hijo divino, mezclar en esas guirnaldas de rosas marianas algunos Padrenuestros (que esos sí se rezaban completos), y entregarse al amor y a la imitación de la Madre de Dios por medio tan sencillo.”

El rezo del Ave María en el siglo XIII

Es inútil buscar el rezo difundido del Ave María antes del siglo XII. Sólo se encontraría en algunas liturgias, no exentas de interpolaciones. Lo que sí se rezaba era el Padrenuestro.

Hacia el siglo XII no hay nada que merezca una consignación sobre el rezo del Ave María. Las homilías de los Santos Padres y los cánones de los Concilios recomiendan mucho la recitación del Símbolo de la fe, el Credo, y la oración dominical; pero el Ave María no aparece recomendada hasta finales de esa centuria, y eso una sola vez. A veces se encuentran citados casos esporádicos, anecdóticos, del rezo del Ave María. San Pedro Damián habla de un religioso que todos los días iba ante el altar de la Virgen y le cantaba la salutación angélica.

En la crónica de san Bartolomé de Carpineto, se lee que el monje Oliverio murió recitando la salutación angélica, lo que también consta de otro monje, Reinaldo de Clairvaux, en tiempo de san Bernardo, que tenía sus delicias en repetirla. San Ayberto, que murió en la primera mitad del siglo XII, recitaba cada día cincuenta Avemarías; el monje Josión, algo posterior, cinco; una cierta Eulalia, de la que habla el Menologio cisterciense –aunque no es seguro que sea del siglo XII- también rezaba ciento cincuenta veces la salutación angélica. También recitaba un abundante número de Avemarías, Cesario Heisterbach que vivió en tiempos de Alejandro III y murió en 1240. Se cuenta asimismo de una señora, sin indicación de nombre, que recitaba la salutación angélica al ir a la iglesia y al encontrarse con alguna imagen de la Virgen, según refiere el Belvacenses. Del monje Bertoldo, benedictino del siglo XII, se dice que aprendió a recitar el Padrenuestro, el Símbolo y la salutación angélica. Hay que advertir que de san Ayberto consta que a las Avemarías “añadía las palabras de santa Isabel.”

Santo Domingo y el rezo del Ave María

¿Qué se sabe de santo Domingo en relación con el rezo de las Ave María? No abundan los documentos pues consta que muchos han desaparecido. Sin embargo, hay datos de interés para saber su acción en la estructura fundamental, en el modo de hacerlo y el influjo que esto tuvo en otros. Desde primera hora se registra el modo de orar tan peculiar que él tenía: en los caminos, en las posadas, en las iglesias y en las salas capitulares. Unas veces oraba en silencio, otras en voz alta perfectamente perceptible. Así lo narra el pequeño libro “Modos de orar de Santo Domingo”, escrito probablemente por Fr. Gerardo de Teutona. Este fraile asistió al capítulo general de Luca en 1288 y entregó allí el documento en que recogía todo lo que había podido saber de él de labios de Sor Cecilia, discípula predilecta del santo. En él se dice que santo Domingo oraba moviéndose “con gran agilidad, levantándose y arrodillándose…” “A veces hablaba en su corazón y apenas se le oía y quedaba en genuflexión como en éxtasis” (stupefactus diu valde) Con este ejemplo, haciendo más que diciendo, enseñaba a los frailes de este modo. Estos modos de orar los practicaba en todas partes.

¿Qué oraciones tenía en este acompasado rezar con innumerables genuflexiones? En la obra citada se dice que con ello “enseñaba a los frailes”. Lo que éstos hacían se sabe por Galvano de la Fiamma: “Además hechas (por los frailes) las dichas devociones a la Virgen bienaventurada, unos se arrodillaban cien, otros doscientas veces entre día y noche y decían otras tantas veces el Ave María.”

Si esto copiaron los discípulos de él es que era una manera predilecta y usual de orar de santo Domingo- Galvano de la Fiamma dice que Fray Teutónico “en todas sus alabanzas a la Virgen decía el Ave María de rodillas.” Y en el citado libro de los “Modos de orar”, en el códice de Bolonia, de principios del siglo XV, pone dibujos en los que aparece santo Domingo orando en las características formas que él tenía; en el frontal del altar ante el que reza, se pone dos veces el Ave María, y en otro de los grabados pone el “Gratia”.

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El «Ave María» y la Orden de Predicadores

El beato Jordán de Sajonia, sucesor inmediato de santo Domingo de Guzmán en el gobierno de la Orden, después de unas prescripciones litúrgicas, manda que, al final de cada uno de los salmos prescritos, se rece el Ave María “con genuflexión”. Y Gerardo de Frachetto en su obra “Vitae Fratrum», obra del siglo XIII, en la que recogió todos los datos que se sabían de los primeros días de la Orden, por precepto de su Maestro General, que asimismo dio orden a los conventos que se le informase de todo lo que se supiese, cuenta de un fraile que ante una tentación, se fue delante de una imagen de la Virgen y le rezó la “salutación angélica arrodillándose según costumbre”. Este tipo del frecuentísimo uso del Ave María con genuflexiones vino a ser, en el siglo XIII, ordinario en la Orden. Lo mismo sucedió con las religiosas. Así, entre las informaciones realizadas en 1270 en Ruan, acerca de los milagros de santo Domingo, se lee de una joven monja de aquella población, llamada Perrette, sobrina del P. Beaulieu, confesor del rey san Luis, que mientras rezó cien Avemarías, arrodillándose, se curó de una enfermedad. De otra dominica llamada Estefanía Ferrete, del convento de Unterlinden, durante cincuenta años recitó diariamente ciento cincuenta Avemarías, arrodillándose otras tantas veces o poniéndose “en venia” o postración. Santa Margarita de Hungría, hija del rey Bela, recibida en la Orden por el beato Humberto, y la beata Benvenuta Boyani, también dominica del siglo XIII, rezaban diariamente mil veces el Ave María, acompañándola la primera de rodillas y la segunda de postraciones o “venias”. El propio san Luis, rey de Francia, recitaba cada día cincuenta Avemarías, arrodillándose a cada una.

La formulación del rezo

El rezo arrodillado del Ave María era una práctica en la Orden dominicana legislada por el propio fundador. El beato Raimundo de Capua, sucesor de santo Domingo, escribe que fundó una milicia de seglares – “Milicia de Jesucristo”- vinculada a la Orden. A sus miembros les mandó “rezar a diario un cierto número de Padrenuestros y de Avemarías que rezarían en lugar de las horas canónicas”. Gregorio IX, en la bula que aprueba esta Milicia, establece que por cada hora canónica digan siete padrenuestros y por cada hora del oficio de la Virgen siete Avemarías. Esos cuarenta y nueve Padrenuestros y cuarenta y nueve Avemarías se diría que son la confirmación pontificia a lo establecido por santo Domingo. Empieza a aparecer el primer elemento del Rosario. Era alabanza a María y protesta también contra los albigenses que negaban que María fuese madre de Cristo. Así lo atestigua el escritor Moneta de Cremona.

En las Beguinas de Gante- un pueblo entero de mujeres piadosas dirigido por dominicos- y cuya Regla data de 1234, se lee: “Cada Beguina…debe rezar cada día tres guirnaldas, orando, que se llaman “Salterio de la bienaventurada Virgen.” En un documento del año 1227 se manda rezar por los difuntos el “Psalterium beatae Mariae Virginis”. Si las “guirnaldas” constan de cuarenta y nueve Ave Marías – por imitar al salterio de oficio divino diario, las tres “guirnaldas” son ciento cuarenta y siete Ave Marías. El Rosario avemariano empieza prácticamente a constituirse en estos momentos.

En la “Regla de San Sixto” del convento de las dominicas de San Sixto en Roma y, dada por Santo Domingo, mientras las monjas de coro tiene que rezar el Oficio divino, a las “legas” les impuso el rezo de “una guirnalda”. Y en el convento de dominicas de Santo Domingo el Real de Madrid – el único de monjas que fundó personalmente Santo Domingo en España- hay un códice en pergamino que dice: “copiado del antiguo que se usaba cuando el Santo fundó el convento.” En él se reglamentan los rezos; y el número de Ave Marías es numeroso y lo han de hacer muchas veces. Así, por ejemplo, al levantarse dirán “en los días feriales 28 Pater noster y otras tantas Ave Marías”.

La regulación de los rezos para los novicios, en el Oficio de la Virgen, es muy interesante como consta en un códice del siglo XIII. Después de los maitines de la Virgen, el novicio “meditará” “cum ardore” los beneficios de Dios: “la Encarnación, Nacimiento, Pasión y orar cosas generales semejantes….” y terminando la meditación de todo ello con el “Pater noster et Ave María”.

El rezo del Ave María, que se encuentra en el siglo XII rezado circunstancialmente por alguna que otra persona, en el siglo XIII, ya en sus principios, se recita al lado de Santo Domingo con una generalidad asombrosa; sus frailes lo hacen objeto de sus amores después de Completas; lo tienen en lugar de Oficio divino los socios de la Milicia de Jesucristo; lo reciben las monjas y novicios y forma parte del rezo obligatorio de los legos, de lo que pudiéramos llamar su Oficio divino.

Pero no sólo con Santo Domingo florece y se extiende el rezo del Ave María, sino que va a florecer en forma de “quincuagenas”, que es el número del Rosario, ya en su primera época. Las genuflexiones que se hacían, y a las que acompañaba por regla general el rezo avemariano, era normalmente el de 50 o múltiplos de este número. Como antes se ha visto, los frailes “imitaban” a Santo Domingo en sus rezos que era “recitar con genuflexiones” el Ave María, lo que hacían “unos, cien y otros, doscientas veces».

Página Internacional del Rosario: http://rosarium.op.org/

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