¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

Domingo 25 de Septiembre de 2023. XXV del Tiempo Ordinario.

Lectura del Santo Evangelio San Mateo (20,1-16).

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: «Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.» Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: «¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?» Le respondieron: «Nadie nos ha contratado.» Él les dijo: «Id también vosotros a mi viña.» Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: «Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.» Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: «Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.» Él replicó a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?» Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»

REFLEXIÓN

¿VAS A TENER TÚ ENVIDIA PORQUE YO SOY BUENO?

En el mundo actual las personas, sensibles a la justicia, también lo somos a la retribución. El fruto del trabajo corresponde a los que trabajan. Los esfuerzos por una sociedad más justa se dirigen al reparto equitativo de las retribuciones.

En la Escritura se habla de retribución: Dios recompensa a sus servidores. Pero se distingue la retribución en el tiempo presente y la del final de los tiempos. De hecho, la felicidad y el sufrimiento no corresponden a un comportamiento bueno y a otro malo. Cuando Jesús menciona la retribución de la vida, quiere decir que ya ha comenzado, aunque todavía no en su plenitud.  

En ese sentido, la llamada a la conversión que proclama el profeta Isaías (55,6-9) cuenta con la actitud de la persona que da el paso y con la de Dios que hace posible la conversión. La misma llamada es fuerza. Ni la persona se puede convertir sin la fuerza de Dios que le atrae, ni Dios convierte a la persona si ésta no se orienta hacia Él. “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos”.

La conversión permanente que el Espíritu-Ruah realiza en cada ser humano tiene que ver con saber rectificar, adaptarse, cambiar de mentalidad…, porque me he dado cuenta que la meta o el camino por el que transito es equivocado, me aleja de mi verdadera humanidad. Eso supone implicarse y atrevernos a rectificar nuestra dirección. Tarea de toda la vida.

A primera vista resulta duro que el Reino de Dios se compare a la situación arbitraria y opresora del mundo laboral de aquella época. Sin embargo, la parábola no justifica esa situación en absoluto, sino que subraya que Dios es el único que puede actuar como Dueño universal. No así el ser humano. El Reino tiene un fundamento inverso al de las sociedades terrenas. Allí no valen las prerrogativas de los poderosos, ávidos de poder, sino las actitudes personales, sean quienes fueren los que las adopten.

La viña hace referencia al pueblo elegido y el propietario es Dios que actúa desde el amor incondicional, cosa que solo puede hacer él. En la comunidad de la que formamos parte, el hecho de ser veteranos, tener títulos, proceder de lugares distintos, pensar diferente, ¿nos da derecho a situarnos por encima, socavar nuestro marco de convivencia logrado entre todos, excluir, provocar enfrentamiento, división? “Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero también ellos recibieron un denario”. Y no sólo establecer diferencias respecto a personas, sino también de pueblos, de países. Todo se mide y se mueve en función de intereses personales para mantenerse en el poder.

Lo que la parábola pretende son unas relaciones humanas que estén más allá de intereses egoístas de grupos, de individuos sin escrúpulos carentes de cualquier límite moral o ético.

De lo que se trata es de compartir con los demás, no con el sentido de justicia mercantilista de nuestra sociedad, sino a semejanza de cómo se desvive Dios con nosotros: desmesura y derroche de bondad, de gratuidad, de verdad, de amor. Es lo que Jesús quiere que entendamos: “lo poseían todo en común y se distribuía a cada uno según su necesidad” (Hch 4,32-35).

Cuando logremos comprender el valor de ese denario que el propietario de la viña reparte con generosidad y justicia, “nosotros, los primeros” dejaremos de protestar, de sacar la vara de medir, malgastar, mentir, oprimir, despreciar. Solo así seremos capaces de construir fraternidad, tolerancia, paz, honestidad, armonía original entre naturaleza, recursos naturales y necesidades humanas; el desarrollo sostenible estará informado por la búsqueda del bien común general, la ética, la verdad, la austeridad, la humildad, la moderación. Afortunadamente, aún quedan corazones que ofrecen denarios a aquellos que llegan “al atardecer”, porque “quiero darle a este último igual que a ti”. “¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

La recompensa del cristiano es Cristo. Dios mismo es el premio de los justos. Cada uno será retribuido de acuerdo con sus obras, según hayamos permitido a nuestro corazón, desbordar de amor a los demás, a nosotros mismos. Lo demás, puro mercadeo, puro cinismo.

«Mis planes no son vuestros planes», nos dice el Señor (1 Lect). Pensamos que nosotros somos los buenos y que por eso tenemos derecho a la salvación; y nos molesta que gente recién llegada a la fe o a la conversión sean consideradas en la comunidad cristiana con los mismos derechos que nosotros. Y nos olvidamos de que todo lo que somos como cristianos, no es por nuestros méritos sino que se lo debemos al Señor, que es clemente y misericordioso, cariñoso con todas sus criaturas, justo en todos sus caminos (Sal resp); y de que nos dice «¿vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos» (Ev).

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