Vida Fraterna

VIDA FRATERNA

En su Regla, San Agustín afirma que “lo primero porque os habéis congregado en comunidad es para que habitéis en la casa unánimes y tengáis una sola alma y un solo corazón hacia Dios”. Si bien es cierto que tenemos todo en común, nuestra vida fraterna no es simplemente compartir las posesiones. También debemos esforzarnos por tener una sola mente y un solo corazón en Dios. Esta meta sólo es posible cuando miramos a la primera comunidad de personas – la Trinidad. Como tal, nuestra fraternidad se fortalece sobre todo cuando nos reunimos para orar.

Esta fraternidad se apoya aún más cuando compartimos el trabajo de nuestros hermanos y cuando nos reunimos para discutir asuntos de importancia. Aprendiendo de nuestros mayores, que transmiten la sabiduría y las tradiciones de la Orden de Predicadores, así como su propio conocimiento y experiencia, descubrimos la conexión entre la calidad de nuestra vida y la calidad de nuestro testimonio al mundo. Estos períodos de estudio, conversación y recreación en común sirven como un recordatorio de nuestra misión. “Los hermanos, unánimes por la obediencia y unidos por un amor más elevado, gracias a la castidad, más dependientes unos de otros, gracias a la pobreza, deben ante todo construir en su propio convento la Iglesia de Dios, que con su esfuerzo deben difundir por todo el mundo” (LCO, 3).

La vida comunitaria es tan fuerte dentro de la vivencia del carisma dominicano, que, en los inicios de la Orden, Santo Domingo pedía a los suyos, la promesa de vida común y obediencia. Por tanto, la vida comunitaria es algo fundamental para los seguidores de Santo Domingo.

En las primeras comunidades cristianas, lo más destacado era el testimonio de la comunión: “mirad como se aman”, por eso Santo Domingo se remonta a los primeros seguidores de Jesús, para asentar los fundamentos de su Orden en el mandato mismo del Señor: “Amaos como yo os he amado”. Con este sentido comunitario nacimos al calor de un corazón que se hizo a base de relaciones: con Dios y con los demás. Todo en la vida dominicana es consensuado por el sentir de los hermanos y hermanas.

La vida fraterna estimula nuestras búsquedas interiores, y sabiendo que no estamos solas, necesitamos contar con las hermanas, compartir la vida y la fe y para caminar juntas en la apasionante tarea de atraer a los hombre y mujeres a Dios, de manifestarles a ellos su presencia amiga, cercana y salvadora.

Nuestra opción libre, en el seno de la comunidad, nos lleva a asumir unas obligaciones y a profesar unas constituciones y regla común de vida, con la conciencia clara que lo hacemos en nombre de Jesucristo, por Él y por su Evangelio.

A partir de la comunión evangélica y solidaria que nos hermana en un estilo de vida específico y que nos compromete directamente con la misión salvadora del Hijo de Dios, Jesucristo, nuestra vida contemplativa –y en ella, nuestra alabanza y servicio- se integra en una comunidad fraterna que, fortaleciendo los lazos de comunión encuentra eco y acogida en la gran comunidad eclesial, la cual se construye con la autenticidad de nuestra caridad creciente vivida en comunidad fraterna.

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