¡Si tuvierais fe!

Domingo, 2 de octubre de 2022. XXVII del Tiempo Ordinario.

Lectura del evangelio según san Lucas (17,5-10).

En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
“Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería.
¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”?
¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”?
¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid:
“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».

REFLEXIÓN

ORAR DESDE LA DUDA

En el creyente pueden surgir dudas sobre un punto u otro del mensaje cristiano. La persona se pregunta cómo ha de entender una determinada afirmación bíblica o un aspecto concreto del dogma cristiano. Son cuestiones que en ocasiones, pueden estar pidiendo una mayor clarificación. Pero hay personas que experimentan una duda más radical, que afecta a la totalidad. Por una parte sienten que no pueden o no deben abandonar su fe, pero por otra no son capaces de pronunciar con sinceridad ese «sí» total que implica la fe.

El que se encuentra así suele experimentar, por lo general, un malestar interior que le impide abordar con paz y serenidad su situación. Puede sentirse también culpable. ¿Qué me ha podido pasar para llegar a esto? ¿Qué puedo hacer en estos momentos? Tal vez lo primero es abordar positivamente esta situación ante Dios. La duda nos hace experimentar que no somos capaces de «poseer» la verdad. Ningún ser humano «posee» la verdad última de Dios. Aquí no sirven las certezas que manejamos en otros órdenes de la vida. Ante el misterio último de la existencia hemos de caminar con humildad y sinceridad.

La duda, por otra parte, pone a prueba mi libertad. Nadie puede responder en mi lugar. Soy yo el que me encuentro enfrentado a mi propia libertad y el que tengo que pronunciar un «sí» o un «no». Por eso, la duda puede ser el mejor revulsivo para despertar de una fe infantil y superar un cristianismo poco autentico. Lo primero no es encontrar respuestas a mis interrogantes concretos, sino preguntarme qué orientación quiero dar a mi vida. ¿Deseo realmente encontrar la verdad? ¿Estoy dispuesto a dejarme interpelar por la verdad del Evangelio? ¿Prefiero vivir sin buscar verdad alguna?

La fe brota del corazón sincero que se detiene a escuchar a Dios. Como dice un teólogo de nuestros días «la fe no está en nuestras afirmaciones o en nuestras dudas. Está más allá: en el corazón… que nadie, excepto Dios, conoce».

Lo importante es ver si nuestro corazón busca a Dios o más bien lo rehúye. A pesar de toda clase de interrogantes e incertidumbres, si de verdad buscamos a Dios, siempre podemos decir desde el fondo de nuestro corazón esa oración de los discípulos: «Señor, auméntanos la fe». El que ora así es ya creyente.

La fe es tema fundamental en este domingo. En la 1 lect. el profeta Habacuc se queja de las dificultades del mundo que le tocó vivir, que ponían a prueba su fe en Dios. Y el Señor le recuerda que el justo vivirá por su fe. No nos podemos acobardar ante las dificultades de nuestra época que dificultan la evangelización. Por el contrario, no nos avergoncemos del testimonio de nuestro Señor (cf. 2 lect.). Tenemos que pedirle al Señor que aumente nuestra fe, puesto que es un don de Dios (cf. Ev.). Una oración que en nosotros debe ser sencilla y frecuente. Además, tenemos que poner de nuestra parte para alimentarla –especialmente el domingo– en la escucha atenta de la Palabra de Dios. «Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón» (sal. resp.).

Los comentarios están cerrados.