Lo que quiere y debe ser la Jornada Mundial de los Pobres

Lo que quiere y debe ser la Jornada Mundial de los Pobres 

La entera Iglesia universal celebra este domingo, el penúltimo del tiempo ordinario, el previo a la solemnidad de Jesucristo Rey, la Jornada Mundial de los Pobres. Se trata de una intuición del Papa Francisco, lanzada hace ahora un año, en las postrimerías y clausura del Año Jubilar de la Misericordia.  Nuestras páginas 1, 3, 6, 28 a 30 y 31-32      de hoy se hacen abundante eco de esta iniciativa papal.

Uno de los jubileos sectoriales del Año de la Misericordia que obtuvo mayor repercusión y dejó imágenes más hermosas, significativas e interpeladoras fue la convocatoria de Francisco de los días 11 al 13 de noviembre de 2016. Sus destinatarios fueron las personas socialmente excluidas.  Y ya en la clausura del Año Jubilar, el domingo 20 de noviembre, el Papa firmó la carta apostólica Misericordia et misera . En su punto 21, anunció la creación de la Jornada, cuya primera edición ya ha llegado.

«A la luz –escribió Francisco en Misericordia et misera– del Jubileo de las personas socialmente excluidas (…), intuí que, como otro signo concreto de este Año Santo extraordinario, se debe celebrar en toda la Iglesia, en el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, la Jornada Mundial de los Pobres. Será la preparación más adecuada para vivir la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, quien se ha identificado con los pequeños y los pobres, y nos juzgará a partir de las obras de misericordia (cf. Mt 25,31-46)». Y a renglón seguido, el mismo Papa adelantaba sus objetivos:  «Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho que, mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa (cf. Lc 16,19-21), no podrá haber justicia ni paz social».  Y concluía: «Esta Jornada constituirá también una genuina forma de nueva evangelización (cf. Mt 11,5), con la que se renueve el rostro de la Iglesia en su acción perenne de conversión pastoral, para ser testimonio de la misericordia».

Siete meses después, el 13 de junio, día de la memoria litúrgica de uno de los grandes prohombres de la caridad,  san Antonio de Padua –recordemos, por ejemplo, como es asociado con el pan de los pobres-, Francisco hizo público el mensaje para la Jornada. «No amemos de palabra, sino con obras» es su título e hilo conductor.

La Jornada ya ha llegado, y  en España es promovida conjuntamente por la Conferencia Episcopal Española y Cáritas Española. Al efecto, se han preparado distintos materiales pastorales, litúrgicos y de animación, presentados en soportes digitales, audiovisuales, escritos y en redes sociales.

¿Qué pretende la Jornada de los Pobres? En primer lugar, recordar que la primera de las bienaventuranzas –carta magna del Evangelio- es precisamente la de los pobres. Para la Iglesia, para el cristiano, la opción por los pobres no es una alternativa, una posibilidad, una elección, un gusto, una moda, una ideología o un dictado de lo entendemos por políticamente correcto. Es una necesidad radical de seguimiento e imitación de Jesucristo. Ellos –pobres, excluidos, preteridos, desheredados, marginados, alejados- fueron sus preferidos. Y para el cristiano han de serlo también. La gran riqueza de la Iglesia son los pobres.

En segundo lugar, la Jornada Mundial de los Pobres, al dar visibilidad a este absoluto primado evangélico, quiere dar también visibilidad a los pobres. Para ello, además, hemos de recordar como a lo largo de la historia y del presente han sido y siguen siendo precisamente los pobres quienes nos evangelizan, a la par que la Iglesia ofrece, mediante el servicio a ellos, su más extraordinaria contribución a la evangelización y a la construcción de un mundo mejor.

Para hacer realidad el binomio esencial de la identidad de la Iglesia –caridad y misión- es imprescindible que los creyentes sepamos reaccionar ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo nuestra la cultura del encuentro, de la fraternidad y de la solidaridad.

Asimismo, vivir en clave de austeridad, pobreza  y compartición se ha de convertir en imperativo para todos los miembros de la Iglesia. Y es que nuestra credibilidad  y eficacia en la causa  en pro de los pobres quedaría muy mermada si no fuéramos, con obras y no solo palabras, Iglesia pobre y para los pobres, Iglesia que ama y  sirve a los pobres.

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