El que no carga con la cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí

Domingo 28 de junio de 2020. XIII del Tiempo Ordinario.

Lectura del evangelio según san Mateo (10,37-42):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»

REFLEXIÓN

Jesús no quería ver sufrir a nadie. El sufrimiento es malo. Jesús nunca lo buscó ni para sí mismo ni para los demás. Al contrario, toda su vida consistió en luchar contra el sufrimiento y el mal, que tanto daño hacen a las personas.

Las fuentes lo presentan siempre combatiendo el sufrimiento que se esconde en la enfermedad, las injusticias, la soledad, la desesperanza o la culpabilidad. Así fue Jesús: un hombre dedicado a eliminar el sufrimiento, suprimiendo injusticias y contagiando fuerza para vivir.

Pero buscar el bien y la felicidad para todos trae muchos problemas. Jesús lo sabía por experiencia. No se puede estar con los que sufren y buscar el bien de los últimos sin provocar el rechazo y la hostilidad de aquellos a los que no interesa cambio alguno. Es imposible estar con los crucificados y no verse un día «crucificado».

Jesús no lo ocultó nunca a sus seguidores. Empleó en varias ocasiones una metáfora inquietante que Mateo ha resumido así: «El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí». No podía haber elegido un lenguaje más gráfico. Todos conocían la imagen terrible del condenado que, desnudo e indefenso, era obligado a llevar sobre sus espaldas el madero horizontal de la cruz hasta el lugar de la ejecución, donde esperaba el madero vertical fijado en tierra.

Los discípulos trataban de entenderle. Jesús les venía a decir más o menos lo siguiente: «Si me seguís, tenéis que estar dispuestos a ser rechazados. Os pasará lo mismo que a mí. A los ojos de muchos pareceréis culpables. Os condenarán. Buscarán que no molestéis. Tendréis que llevar vuestra cruz. Entonces os pareceréis más a mí. Seréis dignos seguidores míos. Compartiréis la suerte de los crucificados. Con ellos entraréis un día en el reino de Dios».

Llevar la cruz no es buscar «cruces», sino aceptar la «crucifixión» que nos llegará si seguimos los pasos de Jesús. Así de claro.

La acogida cordial de los enviados por Dios para llevar su palabra —profetas, apóstoles— aparece en la primera lectura de hoy y en el Evangelio. Dios premia esa acogida (el hijo de la mujer sunamita), y el que recibe a los discípulos enviados por Cristo recibe a Cristo mismo, y el que recibe a Cristo recibe al Padre que lo ha enviado y tendrá su premio. Acojamos bien, pues, a los que pasan por nuestra vida anunciándoles el Evangelio: sacerdotes, catequistas, consagrados, laicos. La segunda lectura nos recuerda que por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en la muerte, para que andemos en una vida nueva. Por tanto, cortemos radicalmente con el pecado y todo lo que nos conduce a él.

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