“CON MARÍA EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA» Jornada Pro orantibus

En la Solemnidad de la Santísima Trinidad, el 7 de junio de 2020, celebramos la Jornada de la Vida Consagrada Contemplativa con este lema: “CON MARÍA EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA”.

El corazón del hombre, varón y mujer, está inquieto hasta que descansa en el Señor. Esta ha sido la experiencia vital de San Agustín, el buscador de Dios. Y no es un buen signo, si el corazón encuentra su descanso fuera del Señor. Se trataría de un corazón enfermo. Ojalá que el corazón de la Iglesia no esté enfermo y descanse en el Señor, su Esposo amado.

La Vida Contemplativa es signo del corazón de la Iglesia, que descansa en su Señor. Y mejor aún la Vida Contemplativa femenina, viviendo la Esponsalidad eclesial con su amado Señor y Esposo, Jesucristo. Su luz y guía en este camino es la Virgen María, la Madre del Señor, que “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19.51). “Todas estas cosas-todo esto” es la vida terrena del Verbo encarnado en sus entrañas y dado a luz como hijo suyo, subiendo a la cruz, donde “una espada le traspasó el alma” (Lc 2,35). El sentido pleno de vida terrena del Verbo nos lo da su Resurrección, vencida la muerte.

El camino contemplativo de la Virgen María desde el saludo del Angel, que “la turbó grandemente” (Lc 1,29), pasando por la cruz del Hijo, que le dice: “Mujer ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26), tras la resurrección del Hijo la lleva al Pentecostés del Espíritu Santo, estando reunida con los Once en el Cenáculo (Hech 1,14). Es el inicio de la Iglesia, Esposa de Cristo, “y la Madre de Jesús estaba allí” como en las bodas de Caná (Jn 2,1-2). La misión de la Virgen María Madre en la Iglesia es estar, contemplar y poco hablar.

Por este camino místico de la Virgen María, contemplando el misterio divino que la habita, la Vida Contemplativa entra de la mano de la Virgen Madre en el corazón de la Iglesia. La persona contemplativa ve el mundo y las personas con el asombro por Dios y por sus maravillas con una mirada espiritual, transfigurada por el Espíritu Santo en mirada evangélica de Jesucristo, el Esposo fiel: “A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1,18).

La Vida Contemplativa, vida “escondida con Cristo en Dios” (Col 3,3), nos está diciendo que “para mí vivir es Cristo” (Filp 1,21), revelándonos de este modo su misión eclesial en el mundo. La Iglesia, para ser “faro, antorcha, centinela del mañana” en la noche del mundo, necesita de la Vida Contemplativa, que vive en la búsqueda incansable del rostro de Dios, descansando en el amor incondicional y primero de Cristo Jesús. Con este vivir nos dice como San Pedro en la Transfiguración: “Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí” (Mt 17,4). Sin esta experiencia contemplativa el corazón de la Iglesia estaría enfermo de activismo vacío.

La Vida Contemplativa sumergida en el silencio del corazón, habitado por la Santísima Trinidad, fortalece el corazón de la Iglesia en su lucha contra el demonio, el mundo y la carne, gritando al Padre: “No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal” (Mt 6,13). Entonces, la Vida Contemplativa, para no convertirse en “momia de museo”, debe pelear contra la rutina, el hábito, la costumbre, la desmotivación, la apatía, la desgana, la acedia. Porque en el vivir cansino y rutinario se aloja “el cristianismo pragmático de la vida cotidiana de la Iglesia, en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad” (J. Ratzinger, “Situación actual de la fe y la teología”, Guadalajara, México 1996).

Por tanto, al recordar y agradecer de manos de María la historia de tantos hombres y mujeres consagrados a la vida de contemplación, que es al mismo tiempo una vida oculta y fecunda para el mundo y nos muestra la luz de Dios, sobre todo cuando la oscuridad se cierne sobre la humanidad, recordamos y agradecemos que:

1. La vida consagrada contemplativa, con María, custodia fervorosamente la realidad central de la fe, que es el amor de Cristo. Con María en la cueva de Belén, las personas consagradas contemplativas mantienen viva la confianza en ese Dios que, por puro amor nuestro –en el silencio y el frío de la noche, en el rincón más pobre de este mundo–, se encarna para salvación
de todos.

2. La vida consagrada contemplativa, con María, alienta sin descanso la gran esperanza de la Iglesia, que es la misericordia del Padre. Con María al pie de la cruz, las personas consagradas contemplativas despiertan a su alrededor la paciencia y la perseverancia de quien se sabe acogido por las entrañas compasivas de Dios Padre en toda circunstancia, aun en medio de grandes sufrimientos, como los presentes.

3. La vida consagrada contemplativa, con María, irradia al mundo la alegría de vivir según el Evangelio, según la gracia del Espíritu. Con María en las bodas de Caná, las personas consagradas contemplativas contagian ese gozo que solo conoce quien ha probado el vino mejor del Espíritu Santo, ese vino que es Buena Noticia para quien lo saborea sin prisa, convirtiendo cada día, por sencillo y cotidiano que parezca, en un anticipo precioso del gran banquete del Reino.

De este modo –y de tantos otros– los consagrados contemplativos son, en el corazón de la Iglesia, el amor. El infinito amor de Dios que María conservó en su corazón para la vida del mundo. Amor que hoy acrecienta la esperanza. A ella, nuestra Madre, le pedimos, en esta nada Pro orantibus, que los guarde, como ellos guardan la Palabra de Dios para cuantos se acercan a beber de la eterna Fuente que —aunque es de noche— mana y corre.

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