Vende todo lo que tiene y compra el campo

Domingo 26 de julio de 2020. XVII del Tiempo Ordinario

Lectura del evangelio según san Mateo (13,44-52).

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos le contestaron: «Sí.»
Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»

REFLEXIÓN

El tesoro y la perla simbolizan algo de enorme valor. Tras ese tesoro se va el hombre entero, pues como enseña el Señor: «donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6,21).

Puede haber muchos tipos de tesoros. Unos son materiales, otros pueden ser espirituales. Según las riquezas que posea cada cual, quedará enriquecido o empobrecido él mismo. El que de cosas materiales, pasajeras, hace sus riquezas y a ellas se apega, quedará pobre espiritualmente.

Hay “tesoros” y “perlas” que no sólo empobrecen, sino peor aún, degradan al ser humano. Son tesoros falsos, perlas falsas.

Por otro lado, hay riquezas que lo elevan inmensamente en su humanidad, o incluso, más allá de su humanidad. Esa es la riqueza que encontramos en Cristo. Quien lo posee, participa de una riqueza incalculable, que deviene en un «pesado caudal de gloria eterna» (2Cor 4,17). ¡Cristo es el tesoro que enriquece sobre todos los demás! ¡Cristo es la perla valiosa que anda buscando todo ser humano! Quien lo encuentra a Él, y quien tiene el coraje de desasirse de todo para ganarlo a Él, experimenta que con Él le son dados todos los demás bienes que tanto y tan desesperadamente anda buscando. Quien encuentra a Cristo, o hay que decir más bien, quien es hallado y “alcanzado” por Él (ver Flp 3,12), ¡a sí mismo se encuentra! ¿Hay mayor riqueza que esa para el ser humano? El Señor Jesús constituye la verdadera riqueza para el hombre, porque en Él llegamos a ser verdaderamente humanos, porque en Él somos hechos partícipes de la misma naturaleza divina (ver 2Pe 1,4).

Al conocerlo a Él, nos conocemos a nosotros mismos, descubrimos nuestra verdadera identidad, hallamos la respuesta a las preguntas más fundamentales: ¿Quién soy? ¿Cuál es mi origen? ¿Cuál es mi destino? ¿Cuál es el sentido de mi existencia, mi misión en el mundo? En la amistad con Él aprendo a vivir la auténtica amistad. Amándolo a Él experimento lo que es verdaderamente el amor, y en la escuela de su Corazón aprendo a vivir ese amor sin el cual la vida del hombre carece de sentido. Él es la respuesta a ese anhelo de plenitud y ansia de felicidad que inquieta todo corazón humano. En Él podemos saciar el hambre de comunión que experimentamos con tanta fuerza. Es decir, en Cristo, al conocerlo, al amarlo, al abrirle las puertas del propio corazón, al “hacerlo nuestro”, podemos proclamar: «¡Vale la pena ser hombre, porque Tú, Señor, te has hecho hombre!» (San Juan Pablo II).

En Él encontrarás todas las riquezas que necesita tu corazón empobrecido por un mundo artificial, empobrecido por las opciones superficiales y fáciles, empobrecido por tantas opciones falsas. El Señor Jesús es la mayor riqueza que podrá poseer jamás hombre o mujer alguna, riqueza que nos hace descubrir la grandiosidad que entraña el ser humanos, pero riqueza tantas y tantas veces enterrada por los mediocres que temen ser hombres o mujeres de verdad.

Ser sabio y sensato es dar a cada cosa su valor real en vistas a la propia realización, a la propia y eterna felicidad y plenitud. Se trata de saber estimar el valor real de cada cosa, como un óptimo comerciante de joyas.

La realización de la persona humana pasa por la objetiva valoración que haga de los bienes que se presentan ante él y de la opción correcta que haga a partir de esta luz objetiva. El creyente, el discípulo del Señor Jesús, debe tener siempre el coraje de abandonar todo aquello que constituya un obstáculo para su propia realización, para alcanzar el horizonte de mayor plenitud, para comprar la perla más valiosa y quedarse con el tesoro mayor.

Hacer la voluntad de Dios, guardar sus mandamientos, vivir el Evangelio, vale más que miles de monedas de oro y plata (salmo resp.). La primera lect. nos presenta como modelo a Salomón que no le pidió a Dios ni vida larga, ni riquezas, ni la vida de sus enemigos, sino inteligencia para atender a la justicia, para escuchar y gobernar, que era para lo que Dios lo llamó. En otros términos, el Evangelio nos dice lo mismo, con las parábolas del tesoro escondido en el campo y del comerciante de perlas. Por tener el reino de los cielos vale la pena renunciar a todo, no anteponiendo nada a Jesucristo.

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