ES TIEMPO DE DESCANSO… EN EL SEÑOR
Es tiempo de vacaciones, tiempo de descansos merecidos, de hacer un alto en nuestra vida, parar y dedicarnos a lo que más nos gusta y que durante el resto del año no podemos hacer por falta de tiempo y otras necesidades. Es tiempo también de reflexionar y hacer lectura y hacer lectura de lo que busco, lo que deseo, qué es lo más importante aquí y ahora en mi vida, porque se vive demasiado rápido y no se disfrutan las cosas pequeñas de la vida, y que son tan importantes…
El verano ha comenzado con fuerza, y aunque para muchos continúa el ritmo laboral hay aires de vacaciones. Mucho calor, mucha luz, y reiteradas miradas al calendario con la cuenta atrás, esperando que lleguen esos días en los que se pueda disfrutar de un merecido descanso, de otros aires, otros paisajes, de la convivencia con la familia, los amigos, disfrutar de la Creación que Dios nos ha regalado en esa casa común que debemos cuidar; esos días distintos en los que se hará realidad algún proyecto soñado, un viaje, un encuentro… es un deseo del corazón que abre la esperanza y aligera el paso y el peso de lo cotidiano. ¿Qué vas a hacer este verano? Y cada uno responde según sus posibilidades pero, puestos a soñar, el deseo del corazón nos llevaría muy lejos, muy alto… Nadie aspira a lo menos, a lo mediocre… siempre deseamos algo grande. Esto queda patente en la elección de muchas personas que dedican sus vacaciones a hacer el bien donde más las necesitan, son los voluntarios que se integran en las misiones y proyectos de desarrollo con la alegría de la generosidad.
En el monasterio, las monjas apenas cambiamos el ritmo en este tiempo vacacional. La verdad es que nuestro día a día es un gozo y un descanso, y el ritmo diario en cada momento de la jornada, en que el horario marca la pauta de cambio de actividad a toque de campana, hace que cada día suponga un nuevo encuentro con Dios en cada cosa, en cada persona, en la comunión fraterna, en la liturgia, el trabajo o los ratos de expansión en la comunidad, no echamos de menos nada, el sol brilla cada día en nuestra jornada y Dios se hace presente en cada detalle, como en las flores de los patios. Nos sentimos llenas y satisfechas, porque la paz que inunda nuestros corazones, se refleja por doquier: sólo Dios basta, que diría Santa Teresa, y así lo sentimos de veras en nosotras.
La entrega hecha misericordia
Santo Domingo es un hombre que no se conforma con saber, que no se deslumbra con el poder ni le sacian las cosas pasajeras; su corazón no está dormido, sino que permanece en constante búsqueda del sentido profundo de su vida, porque arde en compasión y misericordia por todos aquellos que no conocen a Dios, ni desean conocerlo, porque viven alejados de Él. Su encuentro con Dios en lo más íntimo de su ser es nuevo impulso, nueva inquietud: la del amor, amor que mueve y conmueve a buscar siempre, sin descanso, el bien del otro, saliendo a su encuentro, con la donación de uno mismo, con la intensidad que lleva incluso a las lágrimas. Es la inquietud que nos hace fecundos.
Y aquí la reflexión que el Papa dirige a todas las personas de buena voluntad:
«Mira en lo profundo de tu corazón, mira en lo íntimo de ti mismo, y pregúntate: ¿Tienes un corazón que desea algo grande o un corazón adormecido por las cosas? ¿Tu corazón ha conserva do la inquietud de la búsqueda o lo has dejado sofocar por las cosas, que acaban por atrofiarlo?
Dios te espera, te busca:
¿Qué respondes? ¿Te has dado cuenta de esta situación de tu alma? ¿O duermes?
¿Crees que Dios te espera o para ti esta verdad son solamente «palabras»?».