Domingo, 6 de agosto de 2023. XVII del Tiempo Ordinario. Fiesta de la Transfiguración del Señor.
Lectura del evangelio según san Mateo (17,1-9).
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.»
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
REVELACIÓN
“¡Qué bien estamos aquí!” Esas son las palabras de Pedro, según el relato de Mateo 17,1-9, cuando estaba rodeado por Jesús, Juan y Santiago en lo alto de una montaña. Y sigue diciendo Pedro: “haré aquí tres tiendas” al percibir que Moisés y Elías -los grandes protagonistas de la historia de salvación de Israel- entran en diálogo con Jesús. Se trata de un momento especial de revelación que parece como un adelanto de la resurrección de Jesús.
El lugar es significativo. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la montaña es un lugar privilegiado de revelación.
El Monte Sinaí, por ejemplo, llamado también Monte Horeb o Monte del Señor, es uno de los lugares más sagrados e importantes de Israel, por ejemplo para la revelación de Dios a Moisés (Éx 3,1), o para la huida de Elías donde pasa cuarenta noches bajo la protección de Dios (1 Re 19). En el NT, es también un lugar de huida o de soledad (Jn 6,15) y un espacio propicio para la oración (Lc 6,12-19), a la vez que se mantiene como el sitio ideal para la revelación y manifestación de la presencia de Dios (Mc 9,2-13; Lc 9,28-36; Mt 17,1-9). En una montaña alta, los discípulos tienen una visión, perciben una voz y también a Moisés y de Elías hablando con Jesús.
Es una visión que acontece en un lugar concreto -la montaña- y aparentemente en un momento concreto pero que no pueden contarla a nadie hasta que Jesús resucite. Es como una percepción anticipada de esta vida del Resucitado en plenitud.
¿Qué nos puede decir este relato a los creyentes de hoy? ¿Podemos tener alguna experiencia de este “estar bien” tan propio de una Vida en plenitud? ¿Podemos percibir la presencia de nuestros antepasados en la fe? ¿Tenemos experiencia de la cercanía y contacto de un Jesús resucitado y lleno de luz? La montaña puede estar a nuestro alcance. Nuestros antepasados siempre están ahí. El presente puede ser, por lo menos en algunos instantes, el tiempo de presencia y cercanía. En algunos momentos hemos podemos decir: “Qué bien estamos aquí”. Tal vez son algunas señales que anticipan la plenitud de lo que está por venir. Y es que, es el testimonio de Jesús el que nos abre a la esperanza de que nosotros también somos más que lo que vemos; que la muerte no es el fracaso definitivo, sino el tránsito de esta realidad efímera a la definitiva.