Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros

Domingo V de Pascua, 15 de mayo de 2022.

Lectura del evangelio según san Juan (13,31-33a.34-35).

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»

REFLEXIÓN

Como yo os he amado.

Los cristianos iniciaron su expansión en una sociedad en la que había distintos términos para expresar lo que nosotros llamamos hoy amor. La palabra más usada era «philia» que designaba el afecto hacia una persona cercana y se empleaba para hablar de la amistad, el cariño o el amor a los parientes y amigos. Se hablaba también de «eros» para designar la inclinación y el amor apasionado.

Los primeros cristianos abandonaron prácticamente esta terminología y utilizaban otra palabra casi desconocida, «ágape», a la que dieron un contenido nuevo y original. No querían que se confundiera con cualquier cosa el amor inspirado en Jesús. De ahí su interés en formular bien el «mandato nuevo el amor»: «Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado».

El estilo de amar de Jesús es inconfundible. No se acerca a las personas buscando su propio interés o satisfacción, su seguridad o bienestar. Sólo parece interesarse en hacer el bien, acoger, regalar lo mejor que él tiene, ofrecer amistad, ayudar a vivir. Lo recordarán así años más tarde en las primeras comunidades cristianas: «Pasó toda su vida haciendo el bien».

Por eso, su amor tiene un carácter servicial. Jesús se pone al servicio de quienes lo pueden necesitar más. Hace sitio en su corazón y en su vida a quienes no tienen sitio en la sociedad ni en la preocupación de las gentes. Defiende a los débiles y pequeños, los que no tienen poder para defenderse a sí mismos, los que no son grandes o importantes para nadie. Se acerca a quienes están solos y desvalidos, los que no tienen a nadie.

Lo habitual entre nosotros es amar a quienes nos aprecian y quieren de verdad, ser cariñosos y atentos con nuestros familiares y amigos. Lo normal es vivir indiferentes hacia quienes sentimos como extraños y ajenos a nuestro pequeño mundo de intereses. Hasta parece correcto vivir rechazando y excluyendo a quienes nos rechazan o excluyen. Sin embargo, lo que le distingue al seguidor de Jesús no es cualquier «amor», sino precisamente ese estilo de amar que consiste en saber acercarse a quienes nos pueden necesitar. No lo deberíamos olvidar.

Dios ha hecho maravillas con nosotros. Por eso debemos cantarle un cántico nuevo (ant. de entrada). Esa acción salvadora de Dios nos llega a través de la acción evangelizadora de la Iglesia (cf. 1 lect.). Y nosotros debemos difundir la fe en Cristo Resucitado con nuestras palabras y ejemplos. Y será nuestro amor fraterno lo que nos distinguirá en el mundo como discípulos de Cristo. Es el mandamiento nuevo que nos dejó como encargo: «Que os améis unos a otros, como yo os he amado» (Ev.). Es decir, que tenemos que amarnos mutuamente hasta dar la vida por el otro como Cristo ha hecho con nosotros. La eucaristía es la fuente de ese amor, la caridad que nos lleva a dar la vida por los demás.

 

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