Nos preparamos para vivir la Semana Santa

La Semana Santa es el momento litúrgico más intenso de todo el año. Sin embargo, para muchos católicos se ha convertido sólo en una ocasión de descanso y diversión. Se olvidan de lo esencial: esta semana es para dedicarla a la oración y la reflexión en los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús para aprovechar todas las gracias que ello significa para nuestras vidas como cristianos. Para vivir la Semana Santa, debemos darle a Dios el primer lugar y participar en toda la riqueza de las celebraciones propias de este tiempo litúrgico.

Vivir la Semana Santa es acompañar a Jesús con nuestra oración, rectitud de vida y el arrepentimiento de nuestros pecados. Asistir al Sacramento de la Penitencia en estos días para morir al pecado y resucitar con Cristo el día de Pascua.

Lo importante de este tiempo es más bien entender por qué murió y resucitó Jesús. Es celebrar y revivir su entrega a la muerte por amor a nosotros y el poder de su Resurrección, que es primicia de la nuestra.

La Semana Santa fue la última semana de Cristo en la tierra. Su Resurrección nos recuerda que los hombres fuimos creados para vivir eternamente junto a Dios.

El domingo de Ramos celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén en la que todo el pueblo lo alaba como rey con cantos y palmas. El día de jueves Santo recordamos la Última Cena de Jesús con sus apóstoles en la que les lavó los pies dándonos un ejemplo de servicialidad. En la Última Cena, Jesús se quedó con nosotros en el pan y en el vino, nos dejó su cuerpo y su sangre. Es el Jueves Santo cuando instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio. Al terminar la última cena, Jesús se fue a orar, al Huerto de los Olivos. Ahí pasó toda la noche en oración, y después llegaron a prenderlo.

El Viernes Santo recordamos la Pasión de Nuestro Señor: Su prisión, los interrogatorios de Herodes y Pilato; la flagelación, la coronación de espinas y la crucifixión. La muerte de Jesús es una expresión del amor de Dios; gracias a ella es posible el perdón del Señor: «El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo, para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados» (1 Juan 4.10). Es el perdón de Dios y la reconciliación con él lo que está en el centro de la celebración del Viernes Santo. Podemos, entonces, entablar una nueva relación con Dios; estar en paz con él, coexistir en relaciones armoniosas con los demás —que cuánta falta nos hace en tantos momentos—, y vivir una existencia reconciliada con nosotros mismos y con los demás. Todo esto es posible por medio del crucificado quien se entregó y nos amó para que la entrega y el amor sean posibles entre nosotros.

En el Sábado Santo se recuerda el día que pasó entre la muerte y la Resurrección de Jesús. Es un día de luto y tristeza pues no tenemos a Jesús entre nosotros. Por la noche se lleva a cabo la solemne vigilia pascual para celebrar la Resurrección de Jesús. Vigilia quiere decir “la tarde y noche anteriores a una fiesta.”.

En el domingo de Resurrección, el día más importante para todos nosotros, los cristianos, ya que Jesús venció a la muerte y nos dio la vida. Esto quiere decir que Cristo nos da la oportunidad de vivir con Él, redimidos del pecado, y gozar de la gracia que nos brinda cada día, al poder reconciliarnos de nuestras faltas. Pascua es el paso de la muerte a la vida.
Cristo resucitó. El efecto destructivo de la muerte ha sido vencido por el poder de la vida otorgada por Dios. El mal y la muerte no tienen, pues, la última palabra

Jesús se levantó de los muertos. El mismo que murió en la cruz abandonó la tumba y está con nosotros. El amor de Dios y su justicia triunfaron sobre la muerte y la injusticia; también la verdad y la libertad triunfaron. Su reino esta entre nosotros. ¿Qué nos queda a nosotros sino optar por ese reino y comprometernos en favor de sus valores? La solidaridad, el amor y el servicio son los rasgos que identifican una vida resucitada. ¡Vivamos así! «Pues por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el poder glorioso del Padre» (Romanos 6.4).

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