LA MISERICORDIA DE LA VIRGEN está simbolizada en sus manos. Se plegaron sobre su pecho cuando, el Ángel San Gabriel, le llevó tan grata pero arriesgada noticia: “Darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Emmanuel”. ¿Cómo se disponen nuestras manos cuando las cosas de Dios llaman a nuestra puerta? ¿Cerradas o abiertas? ¿Con miedo o con decisión?
LA MISERICORDIA DE LA VIRGEN se puede observar en sus pies. Se puso en camino, estando llena de Dios, hacia el hogar de su prima Santa Isabel. Su centro no fue ella sino aquella que, en una pequeña colina, le aguardaba. ¿Salimos al encuentro de las necesidades de los demás o, tal vez, alardeamos nuestras dolencias para justificar nuestra pereza apostólica o caritativa?
LA MISERICORDIA DE LA VIRGEN se escucha en el “FIAT” “HÁGASE”. No siempre Dios escribe a las claras y, no siempre, como nosotros quisiéramos. El Año de la Misericordia nos coloca en un dilema: o salimos con nuestro corazón hacia Dios o, por el contrario, lo blindamos con nuestras pequeñas y egoístas voluntades. ¿Dices “hágase” o “hago lo que yo creo que Dios me pide que haga”.
LA MISERICORDIA DE LA VIRGEN la encontramos en su sensibilidad con los problemas de la humanidad. La página de las bodas de Caná “haced lo que Él os diga” nos muestra algo grande: pudo incluso con la voluntad de Cristo. ¿Insistimos a Dios para que escuche el clamor de la humanidad o, por el contrario, hemos caído en el pesimismo inactivo?
LA MISERICORDIA DE LA VIRGEN la palpamos en las contradicciones. “Hijo por qué nos has tratado así”. ¿Eres fuerte cuando, la fe, no te concede aquello que deseas? ¿Tienes cintura cristiana cuando Dios parece que no contesta o deja que actúes por ti mismo?
LA MISERICORDIA DE LA VIRGEN brota en su silencio. Muchos santos han llegado a decir que la caridad no es ruidosa, que es ilimitada y que el silencio a veces es el mejor garante de un compromiso afectivo y efectivo. ¿Te delatan tus palabras o tus obras? ¿Qué se nota más “el yo hago” o “el hacer sin decir”?
LA MISERICORDIA DE LA VIRGEN se fortalece con la oración. María, sabedora de que Dios dirigía todos los hilos de su existencia, recurría al hontanar de su corazón para meditar, reflexionar, gustar y disfrutar con la presencia de los misterios del Padre. ¿Te retiras a la profundidad de tu persona para pedir auxilio a Dios? ¿Te fías solamente de las fuerzas de tu propio cuerpo, claridad de tu inteligencia o audacia de tu personalidad?
LA MISERICORDIA DE LA VIRGEN la escuchamos en el Magnificat: ¡DICHOSA ME LLAMARÁN TODAS LAS GENERACIONES! Su corazón, desbordándose de Dios, también se derrama en agradecimiento por lo acontecido. ¿Das gracias a Dios por tantos signos de su presencia en tu vida? ¿Proclamas con tu vida, con tu voz, con tus ideas y con tu testimonio que Dios es grande o que sólo es grande cuando estás con Él a solas?
LA MISERICORDIA DE LA VIRGEN se traduce en buscar, cumplir y disfrutar con la voluntad de Dios. Sólo podemos decir que somos hijos de María si, nuestras actitudes, ser, pensar y decir van en sintonía con Ella. Ser hermano de Cristo, lo proclama el Evangelio, es cumplir la voluntad del Padre y por lo secundar por activa y por pasiva lo que fue el fin primero y último de la Virgen: llevar a cabo el plan de salvación de Dios.
LA MISERICORDIA DE LA VIRGEN la podemos visualizar en su estar de pie. Siempre dispuesta y en camino. Siempre mirando hacia el horizonte y, sobre todo, viendo en ese horizonte la huella de Dios. ¿Estas dormido o despierto con las cosas de Dios? ¿Dispuesto o paralizado? ¿Narcotizado por el relativismo o en pie para abrazar el Evangelio con todas las consecuencias? Ser misericordiosos como el Padre, en este Año de la Misericordia, nos invita a dirigir una mirada a la que fue Madre, llena y tocada por la misericordia del Padre: MARÍA.
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