EL TESTAMENTO ESPIRITUAL DE SANTO DOMINGO
Santo Domingo fue un hombre evangélico, dócil a la gracia. El amor de Cristo y el amor a los hombres crecen en él simultáneamente, porque son dos caras de un mismo mandamiento, o más bien, dos caras de una misma experiencia de Dios. Es al contacto con la humanidad como Domingo ve acrecentarse su experiencia de Dios en la oración y en la contemplación. Su experiencia contemplativa tiene su origen en su propia historia personal, Eso explica la consistencia y densidad de su experiencia religiosa y del carácter notablemente histórico y encarnado de su perfil espiritual y evangélico. Es al contacto con la humanidad como va brotando su experiencia de Dios en Cristo.
Es una oración constante y sin interrupción. Ora de día, mientras va por los caminos, acompañado de sus hermanos o separándose de ellos para su oración particular. Haciendo silencio durante las horas acostumbradas mientras sigue caminando o bien cantando salmos o himnos (Ave Maris Stella, Veni Creator Spiritus…). Interrumpe su viaje para acompañar la oración monástica cuando escucha la campana de algún monasterio vecino. Y, cuando no está dedicado a la oración, predica o comenta con sus hermanos la Palabra de Dios y los misterios dela Redención. De esta dedicación intensa a la oración nos hablan reiteradamente los testigos de su canonización: “… tenía por costumbre hablar siempre de Dios o con Dios en casa, fuera de casa, y en el camino” (Proc. Canon. Bol. n.VII).
Pobreza radical. Domingo es un hombre libre de los bienes materiales para seguir libremente a Jesús y para anunciar con toda libertad la buena noticia de Jesús. Los gestos concretos de la pobreza de Domingo son abundantes. Renuncia a su tierra , a su patria, y al patrimonio familiar, para vivir en la itinerancia como mensajero del Evangelio. Renuncia al mayor tesoro que entonces podía tener un estudiante: sus libros (máxime cuando estaban adornados con glosas y anotaciones hechas de propia mano). Y queda expuesto a la sorpresa del mañana en cualquier lugar desconocido, espacio abierto para experimentar la providencia de Dios para los suyos.
Por encima de todo la caridad. La caridad es el núcleo del seguimiento radical de Cristo, y el núcleo del perfil evangélico de Domingo. El testamento de Domingo es muy sencillo: caridad, humildad y pobreza.
Aquí podéis leer el texto íntegro de su testamento espiritual, tomado de la Narración sobre santo Domingo de Pedro Ferrando:
Para que los hijos que el Señor le dio no quedasen huérfanos y desheredados, antes de morir hizo testamento. Cierto que no dejaba grandes posesiones, sino sólo gracia; ni tampoco iban a heredar algo material y caduco, sino espiritual y eterno. Legaba, en definitiva, lodo lo que tenía, diciendo: Hermanos míos, como hijos míos sois herederos directos de todo lo que poseo: sed caritativos, sed humildes, sed pobres.
¡Qué testamento de paz! Siempre deberá ser recordado para ser cumplido pero no cambiado, pues lo avala no la muerte del testador, sino la eterna vida que se le concedió. ¡Sea dichoso para siempre quien no lo desprecie! ¡Sea dichoso quien no maltrate el incorruptible vestido del amor! ¡Sea dichoso quien no rompa el vaso de la humildad! ¡Sea dichoso quien no rechace el tesoro de la pobreza! El bienaventurado Domingo poseyó todas estas virtudes. Quienes le conocieron en vida lo pueden probar. Y aval de ello son los milagros que hizo tanto antes como después de su muerte, aunque muchos los callen. Que era un hombre justo, lo prueba la gran confianza y serenidad que demostró ante la muerte. Siempre deberá ser recordada, pues sus frailes, viendo llenos de tristeza cómo se les iba para siempre quien tanto les amaba, escucharon de sus labios: No estéis tristes. Os seré mucho más útil después de muerto. Parecía tener la certeza de la salvación; de ahí que anhelara la de los suyos. Por eso pensaba que viviendo definitivamente con el Señor, su intercesión sería más eficaz. Antes de morir exigió con mucho rigor que la Orden no pusiera sus ojos en el tener, prometiendo que Dios y él mismo apartarían su mirada de todo aquel que, con el polvo de lo terreno, ensuciara el divino esplendor que la Orden tiene por la pobreza . El bienaventurado Domingo, después de trabajar sin descanso, fue llamado por el Señor de la viña, de quien recibió la paga convenida que no fue otra que la entrada en la gozosa y definitiva gloria de la eternidad.