La Iglesia no es para sí misma sino para los demás. Sus normas, preceptos, propuestas orientaciones tienen por objetivo ser sacramento universal de salvación. La Iglesia no sería Iglesia si no fuera, en suma, prolongación y sacramento de la persona y de la misión Jesucristo, el Buen Pastor. Y para ser fiel a esta misión, la Iglesia ha de conjugar verdad y amor, misericordia y justicia, su condición de maestra con la de madre. Y ello con todas las personas, singularmente con las más necesitadas por las causas y razones que fueran.
Jamás se encontrará ningún pronunciamiento oficial del magisterio eclesial en que se diga que los divorciados vueltos a casar están excomulgados. Y ni Juan Pablo II, ni Benedicto XVI, ni, por supuesto, Francisco han inducido jamás en pensar en ello. Es el sacramento del bautismo el que nos introduce en la comunidad y en la vida de la Iglesia. La excomunión es una pena canónica, que también se perdona con el arrepentimiento y las condiciones precisas, y cuya tipificación está perfectamente concretada y estipulada en la vigente legislación canónica (Código de Derecho Canónico, canon 1364 y siguientes).
El Papa Francisco nos lo ha dicho y repetido ya en varias ocasiones. Lo hizo también -y con amplia resonancia mediática, en algunos casos un tanto desenfocada y magnificada- en la catequesis de la audiencia general del miércoles 5 de agosto: los divorciados vueltos a casar «no son excomulgados, no están excomulgados, y no van absolutamente a ser tratados como tales; forman parte siempre de la Iglesia». ¿Cómo proceder ante ellos y con ellos? Con acogida, escucha, comprensión y misericordia; mediante un discernimiento atento y un sabio acompañamiento pastoral, sabiendo que no existen «recetas simples»; con la mirada y el corazón de sus niños, de sus hijos pequeños, que «son quienes más sufren estas situaciones»; creando redes y lazos de encuentro y de reencuentro en una Iglesia de puertas abiertas, «donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas».
Estamos en las vísperas de un nuevo Sínodo de los Obispos sobre el matrimonio y la familia. El Papa escuchará a todos y volverá a pedir sinceridad, franqueza. Después de que el Sínodo, «cum Petro et sub Petro», concluya sus trabajos, el Papa decidirá y lo hará como ya adelantó en su discurso de clausura del Sínodo de octubre de 2013, desde su responsabilidad y misión petrinas.
Uno de los más estrechos colaboradores del Papa, el cardenal Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha declarado recientemente que el Sínodo buscará y encontrará «vías pastorales para una integración más fuerte en la comunidad para las personas que se encuentran en situaciones difíciles», como los divorciados vueltos a casar. El Papa Francisco, ahora en su catequesis del 5 de agosto, al igual que en otras ocasiones, acaba de pedir de nuevo a toda la Iglesia disponibilidad para acoger y animar a estos hermanos a fin de que «vivan y desarrollen cada vez más su pertenencia a Cristo y a la Iglesia con Ja oración, la escucha de la Palabra de Dios, la frecuencia a la liturgia, la educación cristiana de los hijos, la caridad y el servicio a los pobres, y el compromiso por la justicia y la paz».
Y todo ello, sin fariseísmos ni maniqueísmos, sin intransigencias ni relativismos, del cuño que sean. Y es que no es bueno ni justo polarizar el Sínodo y presentarlo desde claves de banderías y de confrontación. Tampoco es actitud correcta y acertada otorgarle al Sínodo de los Obispos funciones y competencias que están fuera de su altísima vocación y servicio. Y tampoco se considera acertada la miope y/o interesada simplificación en torno a una asamblea sinodal de «cara» o «cruz» en relación con la cuestión del acceso a la comunión sacramental por parte de los católicos divorciados y vueltos a casar. Como también se previene, una vez más, ante intoxicaciones y manipulaciones varias que se realicen para condicionar el decurso del Sínodo.
Mirada de maestra y corazón de madre hacia todos: este es el camino. Este y el de la oración al Espíritu Santo, el verdadero y único motor de la Iglesia.