La Eucaristia: misterio insondable del amor de Dios, don sublime y pan de eternidad

índice2Santo Tomás de Aquino no sólo es teólogo de la Eucaristía, sino cantor de la Eucaristía. Cuando el Papa Urbano IV instituyó la fiesta de Corpus Christi, le encargó a Santo Tomás la composición de su oficio litúrgico; y el teólogo, santo y poeta produjo una joya litúrgica que ya ha desafiado siete siglos, y que tal vez sigamos cantando en la eternidad bienaventuranza.

Su experiencia de creyente que de modo singular nos ofreció en el oficio litúrgico para la fiesta del «Corpus Christi», también se ve especialmente cuando habla sobre la eficacia o espiritualidad de la Eucaristía (q.79). Pero estas cuestiones de la Suma significan un delicado esfuerzo racional por articular dicha experiencia en mediaciones aproximativas y comprensibles.

En el proceso de la iniciación cristiana, la Eucaristía es el sacramento que mantiene y promueve la vida y la virtud en el ser humano (q.65 a.l). Pero es también el sacramento donde todos los demás sacramentos encuentran consistencia (q.65 a.3). Un sacramento general que realiza la unión entre Cristo y su cuerpo que es la Iglesia (q.79 a.l c.).

La Escritura es fuente primera en esta reflexión; se traen las referencias de los textos más importantes aunque no inciden suficientemente en el discurso racional. Se utiliza bien la tradición patrística, especialmente la doctrina de San Agustín. También son lugar teológico y punto de partida la práctica litúrgica y la legislación canónica. Dentro de las limitaciones que tiene la liturgia latina de su tiempo, Santo Tomás trata de justificar la legislación vigente haciendo una sabrosa «lectura espiritual», por ejemplo en la q.74.
Para interpretar la conversión eucarística se acude a la filosofía de Aristóteles. Pero la q.75, deja bien sentado que la presencia real de Cristo en la Eucaristía es artículo de fe que se apoya en la autoridad divina. No hay que olvidar esta confesión para no absolutizar la lógica racional que marca el discurso en esa cuestión. En varias ocasiones y a imperativo de la fe, Santo Tomás rompe con la lógica racional y remite a la omnipotencia de la virtud divina. Se vale del sistema filosófico pero únicamente le concede un puesto de mediación.

Entre los muchos valores de este tratado son destacables: 1. Aplicación matizada de la definición de sacramento, haciendo ver sin embargo la singularidad de la eucaristía; 2. Unión inseparable entre la sacramentalidad y la sacrificialidad; se trata de un sacrificio sacramental, y hay que interpretar la sacrificialidad en el dinamismo del sacramento (q.60 a.3); 3. La espiritualidad o efecto de la Eucaristía como centro de la existencia cristiana y de la unidad de la Iglesia.

Cantos como el Lauda Sion, el Pange Lingua, Tantum Ergo, Panis Angelicus, Adoro Te devote, se le atribuyen todos a él.

Aquí está la introducción que el santo escribió para dicho Oficio:

«Las inmensas bondades que la dadivosidad de Dios ha derramado sobre el pueblo cristiano han enaltecido a éste con una dignidad inestimable. “Jamás hubo nación tan grande que tuviera a sus dioses tan cercanos así como lo está a nosotros Yaveh, Dios nuestro” (Deuteronomio 4,7). En efecto, el Hijo Único de Dios, decidido a hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza de modo que haciéndose Él hombre consiguiera divinizar a los hombres. Pero hay más; todo lo que Él tomó de lo nuestro lo empleó totalmente para nuestro bien. Aquel Cuerpo suyo se lo ofreció como Víctima a Dios su Padre sobre el altar de la Cruz para reconciliación nuestra con Él. Y aquella Sangre suya la derramó como precio de rescate, y al mismo tiempo como baño purificador nuestro, de modo que, liberados de nuestra miserable esclavitud, nos viéramos limpios de nuestros pecados.

Y para que jamás olvidáramos beneficio tan insigne, llegó a dejarnos su Cuerpo como alimento, y su Sangre como bebida, bajo las apariencias de pan y vino, para que pudieran recibirlos sus fieles.

¡Qué rico y admirable convite! ¡Qué banquete de salvación saturado de toda clase de dulzuras! Pero es que ¿podría imaginarse manjar más excelso? Aquí no se trata de la carne de novillos o de machos cabrios como en la Antigua Ley; aquí se nos ofrece en manjar Cristo mismo, Dios verdadero.

¿Puede existir, pues, algo más admirable que este Sacramento? Efectivamente, aquí el pan y el vino se convierten sustancialmente en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, de tal manera que Cristo, perfecto Dios y Hombre, se encierra bajo las apariencias de un poco de pan y un poco de vino.

Y así es como los fieles lo comen o reciben, pero jamás lo trituran o laceran. Todo lo contrario, si se divide o fracciona el Sacramento, Cristo permanece entero bajo cualquier partecita desmenuzada.

Y es que los accidentes perduran en el Sacramento pero sin apoyarse en su primera sustancia y así se ejercita nuestra fe cuando recibimos lo invisible visiblemente ocultado por unas apariencias que no son las suyas, y queden por la fe inmunizados de engaño estos nuestros sentidos, acostumbrados a juzgar por apariencias familiares.

No hay sacramento más provechoso que éste, donde se lavan las culpas, se acrecientan las virtudes y se robustece el alma con la abundancia de todos los carismas del Espíritu.

Esta Eucaristía se ofrece en la Iglesia tanto por los vivos como por los difuntos. De este modo, lo que fue instituido para el bien de todos, a todos aprovecha.

Y finalmente, no hay nadie en el mundo capaz de expresar la suavidad de este Sacramento donde se saborean en su propia fuente las dulzuras del Espíritu; donde se aviva el recuerdo de aquel inefabilísimo amor que Cristo nos demostrara en su Pasión.

Por Amor y para que se clavara en nuestras almas la inmensidad de ese amor, Cristo instituyó este Sacramento en la Última Cena, celebrada ya la Pascua con sus discípulos, y a punto ya de pasar de este mundo al Padre, y nos lo dejó como memorial perpetuo de su Pasión, culminación de los antiguos símbolos.

Es el más grande milagro de todos los milagros por Él realizados. Y así legó el consuelo más insigne a los que, al alejarse Él, iban a quedar sumidos en la tristeza.”

12Sin ninguna duda, nadie escribió sobre la Eucaristía como santo Tomás de Aquino, el doctor angélico, y nadie ha dejado escritos teológico y de tan alta espiritualidad como los que él nos dejó. Su vida se deja ver, a través de todo ello, y es eso mismo: Eucaristía, Don y entrega para Dios en los demás. Al final de su vida cuando se le administró la Extremaunción, cuando entraron con el Sagrado Viático a su habitación, pronunció el siguiente acto de fe:

Si en este mundo hubiese algún conocimiento de este sacramento más fuerte que el de la fe, deseo ahora usarlo en afirmar que creo firmemente y sé de cierto que Jesucristo, Dios Verdadero y Hombre Verdadero, Hijo de Dios e Hijo de la Virgen María está en este Sacramento… Te recibo a Ti, el precio de mi redención, por cuyo amor he velado, estudiado y trabajado. A Ti he predicado, a Ti he enseñado. Nunca he dicho nada en Tu contra: si dije algo mal, es sólo culpa de mi ignorancia. Tampoco quiero ser obstinado en mis opiniones, así que someto todas ellas al juicio y enmienda de la Santa Iglesia Romana, en cuya obediencia ahora dejo esta vida.

Santo Tomás de Aquino, el más sabio entre los santos y el más santo entre los sabios.

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