Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo

Domingo 15 de enero, 2º del Tiempo Ordinario.

Lectura del evangelio según san Juan 1,29-34:

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Ése es aquel de quien yo dije: «Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.» Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.»
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.» Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»

REFLEXIÓN

Las primeras generaciones cristianas sabían muy bien que «bautizarse» significa literalmente sumergirse en el agua, bañarse o limpiarse. Por eso, diferenciaban muy bien el «bautismo de agua» que impartía el Bautista en las aguas del Jordán y el «bautismo de Espíritu Santo» que reciben de Jesús.

El bautismo de Jesús no es un baño corporal que se recibe sumergiéndose en el agua, sino un baño interior en el que nos dejamos empapar y penetrar por su Espíritu, que se convierte dentro de nosotros en un manantial de vida nueva e inconfundible.

Por eso, los primeros cristianos bautizaban invocando el nombre de Jesús sobre cada bautizado. Pablo de Tarso dice que los cristianos están bautizados en «Cristo» y, por eso, han de sentirse llamados a «vivir en Cristo», animados por su Espíritu, interiorizando su experiencia de Dios y sus actitudes más profundas.

No es difícil observar en la sociedad moderna signos que manifiestan un hambre profunda de espiritualidad. Está creciendo el número de personas que buscan algo que les dé fuerza interior para afrontar la vida de manera diferente. Es difícil vivir una vida que no apunta hacia meta alguna. No basta tampoco pasarlo bien. La existencia termina haciéndose insoportable cuando todo se reduce a pragmatismo y frivolidad.

Otros sienten necesidad de paz interior y de seguridad para hacer frente a sentimientos de miedo y de incertidumbre que nacen en su interior. Hay quienes se sienten mal por dentro: heridos, maltratados por la vida, desvalidos, necesitados de sanación interior.

Son cada vez más los que buscan algo que no es técnica, ni ciencia, ni ideología religiosa. Quieren sentirse de manera diferente en la vida. Necesitan experimentar una especie de «salvación»; entrar en contacto con el Misterio que intuyen en su interior.

Nos inquieta mucho que bastantes padres no bauticen ya a sus hijos. Lo que nos ha de preocupar es que muchos y muchas se marchan de nuestra Iglesia sin haber oído hablar del «bautismo del Espíritu» y sin haber podido experimentar a Jesús como fuente interior de vida.

Es un error que en el interior mismo de la Iglesia se esté fomentando, con frecuencia, una espiritualidad que tiende a marginar a Jesús como algo irrelevante y de poca importancia. Los seguidores de Jesús no podemos vivir una espiritualidad seria, lúcida y responsable si no está inspirada por su Espíritu. Nada más importante podemos hoy ofrecer a las personas que una ayuda a encontrarse interiormente con Jesús, nuestro Maestro y Señor.

 

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