Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo

Domingo, 1 de noviembre. Solemnidad de todos los Santos. XXXI semana del Tiempo Ordinario

Lectura del evangelio según san Mateo 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.»

REFLEXIÓN

CREER EN EL CIELO

Las bienaventuranzas no se pueden entender racionalmente, ni se pueden explicar con argumentos. Cuando Pedro se puso a increpar a Jesús, porque no entendía su muerte, Jesús le contestó: “Tú piensas como los hombres, no como Dios”.

Sólo entrando en la dinámica de la trascendencia, podemos descubrir el sentido de las bienaventuranzas. Sólo descubriendo lo que hay de Dios en mí, podremos darnos cuenta de nuestra verdadera meta. Tenemos al alcance de la mano lo que nos puede hacer felices, pero no nos damos cuenta, porque ponemos nuestra felicidad en otra cosa.
El tesoro está en nuestro campo, pero no lo hemos descubierto, y lo estamos buscando fuera. Para que una persona sea dichosa le tenemos que dar aquello que considera el valor supremo para ella. Tenga lo que tenga, si no lo percibe como valor absoluto, no le hará feliz. Por eso el primer paso tiene que ser el descubrir ese valor supremo y, después, darnos cuenta de que ya lo tenemos.

Con esta perspectiva, las bienaventuranzas no son un sí de Dios a la pobreza y al sufrimiento, sino un rotundo no de Dios a las situaciones de injusticia, asegurando a los pobres lo más grande que pudieran esperar, el amor de Dios. En Él los pobres pueden esperar, tener confianza. No para un futuro lejano, sino ya, aquí y ahora.
En Lucas, a continuación de las bienaventuranzas, pone los ¡Ay de vosotros…! Puede ser bienaventurado el que llora, pero nunca el que hace llorar. Puede ser feliz el que pasa hambre, pero no el que tiene la culpa del hambre de los demás.

Buscar la salvación en las riquezas o en las seguridades terrenas, es la mejor prueba de que no se ha descubierto el verdadero ser, el amor de Dios. Sin descubrir y vivir lo verdaderamente valioso, no puede haber felicidad.
Las bienaventuranzas quieren decir, que, aún en las peores circunstancias de vida que podamos imaginar, las posibilidades de ser en plenitud, nadie puede arrancárselas

En la celebración de este día, no tenemos que pensar en los “santos” canonizados, ni en los que desarrollaron virtudes heroicas, sino en todos los hombres que descubrieron la marca de lo divino en ellos, aunque no hayan pensado en la santidad.

No se trata de celebrar los méritos de personas extraordinarias, sino de reconocer la presencia de Dios que es el único Santo, en cada uno de nosotros. El merito será siempre de Dios…

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