Era la semilla más pequeña, pero se hace mas alta que las demás hortalizas

Domingo 14 de junio, XI semana del Tiempo Ordinario

Evangelio Mc 4, 26-34

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha».
Les dijo también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra».
Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

REFLEXIÓN

Abrir el corazón para acoger la Palabra

Hablar de las cosas de Dios es difícil. Por eso, Jesús escoge siempre un lenguaje apropiado a sus oyentes, a la gente sencilla que le escucha, para que puedan entenderle y comprenderle bien. Jesús compara la palabra de Dios a la semilla que cae en tierra, y al grano de mostaza que, en su pequeñez, se convierte después en árbol. Dos hermosos mensajes para nosotros: primero, la fuerza que tiene en sí misma la Palabra, de tal forma que la persona que la acoge se convertirá en fuente de bienestar y de felicidad; segunda, la fuerza de la transformación está en lo pequeño, en lo insignificante, en lo débil, donde resplandecerá siempre el poder de Dios. La semilla es la gracia santificante que hemos de cultivar por los sacramentos. El fruto será siempre el de nuestras obras generosas.

Mientras vivimos, estamos desterrados

Este domingo, quienes nos acercamos a la Mesa de la Palabra, recibimos una vez más unas indicaciones sugerentes por parte del Señor. Jesús habla de nosotros y de nuestra condición, del Reino y del mundo. San Pablo lo resume así: “mientras vivimos, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe” (2 Cor 5, 6-7). La gracia es la gloria en el exilio, y a nosotros nos toca habitar esta tierra sin la prepotencia del propietario, sino con la libertad y el desprendimiento del peregrino. Es de noche (Mc 4, 27), pero nosotros ya vemos la luz que asoma al oriente.

Nos ilumina la fe en el Señor, que sabe de nuestras tentaciones. En nuestros momentos difíciles, lo queremos todo y exigimos nuestros “derechos”, y sufrimos porque el mundo no se adapta a la verdad. Nos descorazonamos y nos duele en el alma que la Iglesia no sea entendida en su misterio. Necesitamos escuchar a los profetas: “yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles secos” (Ez 17, 24). La lógica del Magnificat de la Virgen atraviesa la historia. Aprendamos a respirar con ella pacientemente los aires del Evangelio.

La semilla germina y va creciendo

Y es que María sabe, porque ha creído, que lo que ha dicho el Señor se cumplirá. “Yo el Señor, lo he dicho y lo haré” (Ez 17, 24). En cambio, nuestra mirada nos traiciona, porque queda fascinada por lo aparente. Cuando se va muy deprisa, parece que nada avanza y que somos nosotros los únicos que hacemos algo. Jesús hoy viene a educar nuestra mirada. Desde su serenidad y sabiduría, todo adquiere una belleza nueva. El desarrollo de las plantas y los árboles resulta fascinante, esplendoroso. Del mismo modo Jesús, el Maestro, suscita vida y más vida en quien se sabe amado.

Somos “más” que esas ramillas de cedro de las que habla el profeta Ezequiel: grano de mostaza insignificante (Mc 4, 31), cuyo desarrollo procura la misma tierra. Planta de mostaza que es la primera sorprendida en que Dios, con ella, va haciendo un árbol. Grano que se hace tallo, espiga, y luego abundante cosecha. Grano cuya fecundidad es motivo de alegría, de agradecimiento, de alabanza. Jesús vuelca su ser Hijo en la consecución del Reino de Dios. Y lo hace asociándonos a su esperanza: no dudemos nunca que el protagonista y el argumento de cada parábola somos nosotros.

Señor, prepara nuestro corazón para quesea tierra que acoge tu Palabra, la cultiva con la oración, la riega con los sacramentos, para que así dé fruto abundante en buenas obras de amor.

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