El valor de la oración

EN EL SILENCIO DE LA ORACIÓN

“Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas; porque a ellos les gusta ponerse en pie y orar en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Y al orar, no uséis repeticiones sin sentido, como los gentiles, porque ellos se imaginan que serán oídos por su palabrería.…” Mt. 6. 5-7.

La oración es el fundamento de la vida espiritual. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La oración es la llave que abre nuestro corazón y nuestra alma al Espíritu Santo; es decir, a Su acción de transformación en nosotros. Al orar, permitimos a Dios actuar en nuestra alma -en nuestro entendimiento y nuestra voluntad- para ir adaptando nuestro ser a Su Divina Voluntad”.
La oración nos va descubriendo el misterio de la Voluntad de Dios. (cfr. Ef.1, 9)
La oración va conformando nuestro ser a esa forma de ser y de pensar divinas: nos va haciendo ver las cosas y los hechos como Dios los ve. Ver el mundo con los ojos de Dios. En el silencio Dios se comunica mejor al alma y el alma puede mejor captar a Dios. En el silencio el alma se encuentra con su Dios y se deja amar por El y puede amarle a El. En el silencio el alma se deja transformar por Dios, Quien va haciendo en ella Su obra de «Alfarero», moldeándola de acuerdo a Su Voluntad (cfr.Jer.18,1-6).
monjeLa oración nos va haciendo conformar nuestra vida a los planes que Dios tiene para nosotros.
la oración nos va haciendo cada vez más «imagen de Dios», nos va haciendo más semejantes a Cristo.
La oración nos va develando la verdad, sobre todo la verdad sobre nosotros mismos: nos muestra cómo somos realmente, cómo somos a los ojos de Dios: Sólo en la oración descubrimos la verdad sobre nosotros mismos: Dios nos enseña cómo somos realmente, cómo nos ve El.
Leyendo estos días al Cardenal Vietnamita Nguyen Van Thuan, me sorprendió enormemente este testimonio suyo, que es una verdadera advertencia, sobre todo para los que nos hemos consagrado al Señor:
“Un día hablé con el Padre Provincial de una gran congregación sobre la crisis del sacerdocio y las vocaciones religiosas. Él me dijo que habían enviado una carta a todos los hermanos que habían dejado el sacerdocio para preguntarles por qué lo habían hecho. Todos contestaron. Y sus respuestas revelan que no se habían ido por problemas sentimentales, sino porque no oraban. Algunos dijeron que habían dejado de rezar hacía muchos años. Vivían en comunidad, pero no oraban profundamente; mejor dicho, ni rezaban. Trabajaban mucho, enseñaban en las Universidades, organizaban muchas cosas, pero no rezaban”.
Cómo se puede vivir sin dedicar diariamente un tiempo a la oración, y viviendo de verdad desde ahí, desde la oración que es escucha atenta a su voluntad, a lo que Él quiere y desea en cada momento, es algo que me pregunto y debemos preguntarnos cuando tantas cosas nos agobian, porque podemos nosotras también caer en ese activismo, y más si contemplamos el panorama actual que tenemos por todos lados, y al que no debemos sustraernos, por más que vivamos desde nuestra clausura y apartamiento del mundo, ya que nuestra vocación debe partir de las necesidades del hombre de hoy, haciendo nuestros sus sufrimientos y pobrezas, llevando todo a la presencia de Dios y cuestionándonos lo que de gracia podemos aportar a esas necesidades, porque vana sería nuestra entrega y encuentro con quien lo es todo, si no hacemos lo posible para que lo sea también para los demás.
“Muchas vocaciones están en crisis, no se realizarán. Muchas familias sufren dificultades, se separarán y se pelearán. Mucha gente pierde el gusto por la vida y el trabajo, están descontentos y vacíos. Y todo esto porque se ha abandonado la oración” (Beata Teresa de Calcuta). En el silencio de la oración somos como ramas de la vid que es el Señor, porque nos nutrimos de la savia misteriosa que son las gracias que necesitamos y que Dios nos da, especialmente en esos ratos de oración.
“El hombre no puede vivir sin orar, lo mismo que no puede vivir sin respirar” (Juan Pablo II). Dios habla siempre en el silencio, por eso es necesario que encontremos el tiempo de permanecer en silencio y de contemplar, aún en medio del trabajo, y de las cosas de cada día y dejarnos impulsar a la acción y al servicio a Dios en los hermanos. El Evangelio nos dice que Jesús acostumbraba a irse lejos de la multitud para estar a solas. Después de ser bautizado, se fue solo al desierto. Allí pasó tiempo en comunión con Dios. Cuando los judíos lo quisieron hacer rey, en contra del plan divino, Jesús se fue de ellos a un monte donde estuvo a solas con Dios. La oración a solas es importante en la vida de los que buscan a Dios. En el sermón del monte Jesús dijo: “Tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará.”
La oración a solas, es indicio de humildad. Cuando oramos a solas solamente Dios nos puede ver, sólo El es quien ve nuestro corazón, y en definitiva también es Él quien mejor nos conoce desde dentro. En contraste a los arrogantes que les gustaba orar en público “para ser vistos por los hombres”, Jesús nos dio a entender que los que oran en secreto “a solas con Dios”, son personas humildes de espíritu y de sencillo corazón. Hace falta humildad para sin que nadie lo sepa, ir de rodillas a Dios y derramar nuestro corazón ante Él. En público todos oran, hasta los pecadores, pero en secreto, solo los humildes oran.
La oración personal nos lleva a ver el nivel de compromiso, entrega y fidelidad que tenemos con Dios. Los que están comprometidos con Dios, no solo oran en tiempo de necesidad y en momentos difíciles de la vida sino que tienen una comunión con Dios siempre. Aun cuando las cosas van bien. Si se busca a Dios en oración solamente cuando las cosas marchan mal, esto nos indica que no existe un compromiso verdadero con Dios, porque la verdadera oración busca a Dios por encima de todo y conocer de verdad su voluntad y lo que Él quiere de mi vida en cada momento. En Getsemaní, Jesús se apartó de los discípulos para orar a solas a su Padre del cielo. Se enfrentaría al momento más difícil de su ministerio en la tierra. Sería entregado para ser azotado y finalmente crucificado. Pero a solas con Dios, Jesús consiguió la fortaleza necesaria para someterse a la voluntad del Padre. Qué buen ejemplo para nosotras cuando a veces no entendemos del todo sus designios sobre nosotras y la tentación nos arrastra a dejarlo pasar sin beber el cáliz y hacer ofrenda nuevamente de toda nuestra vida, cargando con las cruces diarias.
Esta frase: “y tu Padre que ve en secreto…”, dice mucho, y a la vez llena de consuelo. Porque sólo Dios colma nuestros deseos de fidelidad y compromiso, ya que conoce nuestro interior mejor que nadie, por eso el releer este texto, nos da tanta paz. Debemos buscarle como verdaderos adoradores (Juan 4), que adoran en espíritu y en verdad. Dios desea tales adoradores que le busquen “en lo secreto”, porque nuestras vidas son sólo suyas, y así debemos orar siempre.
El Evangelio nos invita a reflexionar, lo difícil es hacer vida la fe que profesamos en la realidad de nuestro vivir cotidiano, porque lo que cuenta de verdad son nuestras obras, la propia vida que se hace don para Dios en los demás. Así fue como Ntro. Padre Sto. Domingo plasmo en su propio obrar la verdad del Evangelio, haciendo de todo su ser Evangelio vivo. Nosotras, como hijas suyas, debemos ser no sólo sus imitadoras, sino fiel reflejo de su luz para irradiar lo que él mismo nos legó: transmitir La Palabra vivida y contemplada en la oración de nuestro vivir cotidiano que se hace don y entrega desde el amor.

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