Domingo 4 de Agosto de 2024. Domingo XVIII del Tiempo Ordinario.
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,24-35):
En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.
Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»
Jesús les dijo: «Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.»
Le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»
Jesús les contestó: «La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.»
«¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: «Dios les dio a comer pan del cielo.»»
Jesús les contestó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo.»
Ellos le pidieron: «Señor, danos siempre ese pan.»
Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»
REFLEXIÓN
El texto de Juan 6,24-35 resume el centro de todas las acciones cristianas en la fe en Jesús: “Debemos trabajar no por el alimento perecedero sino por el que permanece para la vida eterna” (v. 27). El trabajo humano suele estar orientado a cubrir las necesidades, en particular la alimentación. El texto juega entonces entre la necesidad y el trabajo y el esfuerzo que se orientan a dar permanencia de vida eterna. Se reubican las orientaciones: el trabajo no mira solo a la subsistencia sino a la eternidad y el esfuerzo no es únicamente activo sino receptivo por la fe y que aspira a “conseguir el alimento que les dará el hijo del hombre”.
Esta comprensión funciona como una diana de sentido, mientras se va gestando el reino que quedó escenificado en los versículos anteriores del comienzo del capítulo sexto, donde el mismo Jesús provee de pan y pescado en abundancia. El relato se ahonda aún más en clave de providencia al presentar el maná como el alimento que Dios proveyó en el camino por el desierto. Dios no solo liberó, sino que cuidó y alimentó a su pueblo. Jesús, como la presencia de Dios actual y actuante, también provee de comida y de una comida especial que es referido como un pan de eternidad: “el pan de Dios es el que da vida al mundo” . El texto acaba con la rotundidad de la providencia: “El que a mí viene nunca pasará hambre y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed” . Curiosa, es esta relación entre la fe y el cuidado recíproco, entre la donación y la percepción de plenitud.