Domingo 2 de agosto. XVIII semana del Tiempo Ordinario.
Lectura del evangelio según san Juan 6, 24-35
En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús., Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
– «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»
Jesús les contestó:
– «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros.
Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.»
Ellos le preguntaron:
– «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?»
Respondió Jesús:
– «La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado.»
Le replicaron:
– «¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: «Les dio a comer pan del cielo.»»
Jesús les replicó:
– «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.»
Entonces le dijeron:
– «Señor, danos siempre de este pan.»
Jesús les contestó:
– «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»
REFLEXIÓN
«Yo soy el Pan de Vida»
Las oraciones de la misa de este domingo expresan vivamente la petición de ayuda que el hombre creyente dirige a Dios, así como la confianza en aquel que es el único que puede socorrer al ser humano. Dios es el «creador y guía» del pueblo, decimos en la oración colecta, y no abandona la obra de sus manos; podemos, por ello, implorar su ayuda y protección y tenemos razones más que fundadas para esperar que el auxilio divino llegará con premura: «Señor, date prisa en socorrerme» (cf. antífona de entrada). La liturgia de la palabra muestra también esta protección de Dios. El episodio del Maná, en la primera lectura, es una buena muestra de ello. El pueblo de Israel, mientras peregrinaba en medio de los rigores del desierto, se acordaba de las «ollas de carne» de Egipto y protestó contra Moisés y Aarón. Dios les dio maná por la mañana y codornices por la tarde. La narración expresa la certeza de que esos alimentos provienen de la acción misericordiosa divina: «Moisés les dijo: «Es el pan que el Señor os da de comer»». Este hecho marcó fuertemente la conciencia del pueblo hebreo y será una constante siempre referida para mostrar cómo el Dios que los liberó de la esclavitud no los abandonó a pesar de sus murmuraciones y protestas:
«El hombre comió pan de ángeles, el Señor les mandó provisiones hasta la hartura», se sintetiza en el salmo responsorial. En línea de continuidad con los acontecimientos del libro del Éxodo, el Señor Jesús también sació el hambre de las gentes que le seguían en la narración del evangelio.
Este hecho constituye la ocasión propicia para dar comienzo al discurso sobre el pan de vida que escucharemos también en los próximos domingos. La selección de hoy comienza con un reproche doble: la mediocridad de sus interlocutores que le buscaban porque habían comido en abundancia y la falta de fe para comprender sus signos: «Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros». Seguidamente se establece un diálogo sobre los hechos referidos en la primera lectura, para concluir que el nuevo y verdadero pan del cielo, el pan de la vida, es Jesucristo mismo.
Con estas palabras, Cristo espera de sus seguidores una nueva forma de considerarle: él es más importante que el pan material que nos sirve de sustento, él sacia el hambre y la sed de Dios, de plenitud, de felicidad, de eternidad. Pero también espera un nuevo comportamiento: «Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que Él ha enviado».
Esta fe exige una nueva forma de vida renovada, movida por el Espíritu, alejada de los criterios de los hombres sin fe, guiada por Cristo mismo y purificada de los deseos de placer: es el mensaje central de la segunda lectura.
Buscar el alimento superior
La gente busca a Jesús porque necesita alimentarse, porque acaso la primera preocupación nuestra será siempre la de no pasar necesidad. Pero Jesús inmediatamente les descubre que existe un alimento superior: no basta el interés por la comida, necesaria desde luego, sino que hay que buscar lo que es determinante: «la vida eterna», la vida que nos transforma y cambia el mundo. Y proclama abiertamente: «Yo soy el pan de vida». El amor a Jesús, la adhesión a su persona, la escucha de sus palabras, el seguimiento de sus pasos, los valores de su reino: verdad, amor, justicia, libertad, será lo que sacie nuestra hambre y nos abra de par en par las puertas de nuestro corazón a la compasión por tantos hermanos nuestros que sufren tantas carencias.
El alimento espiritual será clave para el alimento corporal.