El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante

Dia 3 de mayo, V domingo de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan 15, 1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

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Yo soy la vid, vosotros los sarmientos

En estos próximos domingos, se nos invita a todos a adentrarnos como Iglesia en la intimidad de Dios. El Evangelio nos traslada a la revelación abierta que hace Jesús de si mismo y de nosotros en la Última Cena. Su discurso de despedida se hace hoy para cada creyente nuevo comienzo, porque en la Pascua Jesús nos lleva a lo nuevo, a lo inédito, a lo original. En la Eucaristía ha rasgado la cortina que nos ciega y nos inmoviliza. En el domingo nos instruye y alimenta para que formemos parte de su Vida. Nos instruye porque sólo Él tiene palabras de vida eterna (Jn 6, 68).

Y hoy nos hace llegar a casa. Sabe que vamos errantes por los caminos de la historia, que tratamos de echar raíces en todo tipo de terrenos que parecen en principio prometedores. Conoce nuestro anhelo de plenitud, de fundar algo valioso. Ya con los profetas anunciaba su amor (Is 5, 1-7). Él quien nos ha creado así, para la alegría, la fecundidad, para la comunión. Por eso nos abre su intimidad, y se arriesga al rechazo, porque quien ama pierde: “yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15, 5). Permaneciendo en Jesús es como llegamos a la patria, y habitamos por siempre en su casa.

Amemos con obras y según la verdad

Amar según la verdad no es obrar a impulsos espontáneos, más o menos sinceros. Es mucho más. “No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad” (1 Jn 3, 18). Amar se le concede a quien se deja podar por en Viñador (Jn 15, 2), a quien dócilmente se empeña en beber de su propio pozo, de esa savia que el Creador permanentemente hace brotar para nosotros a través de su Hijo. Cristo nos ofrece hoy esa comunicación de vida que desciende de su Padre para todos.

Todo lo demás es tiniebla y muerte. En ella estaba Saulo antes de que Jesús se le cruzara en el camino. Y ahora, injertado en el verdadero Israel de Dios como Pablo, da fruto abundante con obras de vida, unido a los demás sarmientos que Jesús va ganando para la Vida. O unimos nuestra existencia a la suya, o nuestra religión es un mero peso muerto. O me veo sarmiento con otros sarmientos, o mi fe individualista es una quimera (Jn 15, 6). Yo, la vid, vosotros, unidos en mí, vinculados enraizados en mí, los santos.

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