Dejáis a un lado el mandamiento de Dios, para aferraros a la tradición de los hombres

Domingo, 30 de agosto. XXII semana del Tiempo Ordinario

Lectura del evangelio según san Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos.
(Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)
Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús:
– «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?»
El les contestó:
– «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.» Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»
Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo:
– «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, -fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»

REFLEXIÓN

La verdadera pureza

La identidad de Israel no se define por sus tradiciones populares, por su lengua. El pueblo de la primera alianza es una comunidad cuya «personalidad» se define por su ser religioso y su fe en el Dios único que interviene en la historia. La alianza entre Dios y el pueblo marca toda la existencia. Así de contundente se muestra Moisés en la primera lectura exhortando al pueblo: «Escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir… estos mandatos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia». Son palabras cargadas de sano orgullo por saber que la superioridad de Israel en relación a los otros pueblos viene por la superioridad y la justicia de la ley de Dios: «¿Cuál es la nación cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta Ley que hoy os doy?». Además, estos mandatos no se limitan a grandes ideales, sino que se concretan en el acontecer de cada día como destaca el salmo responsorial: «El que procede honradamente… el que no calumnia… el que no acepta soborno contra el inocente…».

Sin embargo, el paso del tiempo corrompe la auténtica aplicación de la ley divina por medio de la tentación del mero formalismo externo y por el olvido de la misma ley de Dios. En el Evangelio de hoy Cristo llama insistentemente a la autenticidad de vida ante los ojos de Dios en el cumplimiento de la ley: «Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí… el culto que me dan está vacío». Además, sitúa la causa de impureza del hombre en el lugar donde reside auténticamente: «Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre… porque del corazón es de donde salen los malos propósitos»; frente a una «pureza ritual», exigida por los fariseos y letrados, Cristo insiste en la necesidad de una «pureza existencial»; o más bien, una y otra en justa armonía y complemento. En esta misma dirección debemos comprender el recuerdo de las Bienaventuranza s que se hace hoy en el momento de la comunión en la antífona segunda de comunión y el sentido de hacer más religiosa la vida amando el nombre del Señor de la oración colecta.

En sintonía con aquella exhortación de Moisés de la primera lectura y la reprimenda del Señor en el Evangelio se presenta el texto del apóstol Santiago de la segunda lectura. La palabra que a los cristianos se nos ha proclamado, no puede caer en vacío. Debemos «llevarla a la práctica »; lo contrario sería engañarnos a nosotros mismos. Una vez más se encuentra descrita cuál es la «religión pura»: «visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo».

Podemos repetir con el salmo, sin miedo a «equivocarnos»:

«Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.
El que no hace mal a su prójimo …»

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