Domingo 2 de Marzo de 2025. VIII Domingo del T. Ordinario.
Lectura del Evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».
REFLEXIÓN
Por qué luz me guio…
En el Evangelio de este domingo, Jesús nos ofrece enseñanzas profundas mediante parábolas y comparaciones que invitan a la reflexión personal y comunitaria.
Primero, nos plantea la pregunta: “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?” (Lc 6,39). Con esta imagen, Jesús nos advierte sobre la responsabilidad de ser guías para otros. Para orientar correctamente, es esencial reconocer nuestras propias limitaciones y buscar la luz de Cristo que ilumina nuestro camino.
A continuación, Jesús nos exhorta a no juzgar a los demás sin antes examinarnos a nosotros mismos: “¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?” (Lc 6,41). Esta enseñanza nos llama a la humildad y a la autocrítica, recordándonos que todos somos imperfectos y necesitamos la misericordia de Dios.
Finalmente, utiliza la metáfora del árbol y sus frutos: “No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno” (Lc 6,43). Nuestros actos reflejan la bondad o maldad que habita en nuestro corazón. Por ello, es fundamental cultivar un corazón lleno de amor y compasión, permitiendo que nuestras acciones sean testimonio vivo del Evangelio.
Este pasaje nos invita a una conversión sincera, a ser conscientes de nuestras propias faltas antes de señalar las de los demás y a esforzarnos por producir frutos buenos que edifiquen a nuestra comunidad y glorifiquen a Dios.
Nuestras palabras dicen lo que llevamos en el corazón, incluso si guardamos silencio. Comunicamos lo que somos y vivimos, lo que razonamos, lo que anhelamos y esperamos, es lo mejor que tenemos. Jesús muestra en sus palabras el verdadero espíritu de la vida cristiana: de dentro hacia fuera. Por eso, tratamos de seguir su ejemplo, porque ilumina nuestra verdadera imagen humana como hijos de Dios. El corazón en sentido bíblico no expresa solo el sentimiento, sino principalmente razón y decisión. Por eso, del corazón sale el bien que buscamos y procuramos hacer, y también del corazón surge lo malo.