“Contemplad el mundo con la mirada de Dios”. Jornada Pro Orantibus 2017

“Contemplad el mundo con la mirada de Dios”. Jornada Pro Orantibus

Terminada la cincuentena pascual, tras la recepción del Espíritu Santo en Pentecostés, celebramos la solemnidad litúrgica de la Santísima Trinidad, el domingo 11 de junio.

«El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de fe. Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo» .

En el Domingo de la Trinidad la Iglesia católica que peregrina en España celebra la Jornada Pro orantibus, para rezar por quienes se dedican a la vida íntegramente contemplativa y que tanto rezan por la Iglesia y por el mundo. Una jornada eclesial para manifestarles nuestra sincera gratitud por sus vidas entregadas a la alabanza trinitaria, la ofrenda permanente al Señor y el ejercicio activo de la caridad según la propia vocación.

El lema para la Jornada de este año 2017 es Contemplar el mundo con la mirada de Dios; es una expresión tomada de la nueva constitución apostólica para la vida contemplativa femenina Vultum Dei quaerere (29 de junio de 2016), en su n. 10, que nos ha regalado el papa Francisco. El mismo santo padre nos recuerda cómo debe ser la contemplación al mundo y a las personas: con la mirada de Dios. ¿Y cuál es esa mirada? ¿Cómo es la mirada de Dios?

El místico carmelita san Juan de la Cruz dice que el mirar de Dios es amar (cf. Cántico espiritual, comentario a la Canción XXXII); eso sig- 1 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 234. Presentación 8 Jornada Pro Orantibus 2017 nifica que Dios siempre mira al mundo y a cada ser humano desde el amor eterno que hay en las Tres Personas Divinas. Y san Agustín nos recuerda que el Padre es el eterno amante, el Hijo es el eterno amado, y el Espíritu es el amor eterno de ambos que ha llegado hasta nosotros (cf. De Trinitate, Lib. XV, cap. 3, 5). Dios siempre nos contempla con una mirada compasiva y misericordiosa, benévola y llena de ternura; así lo testifica toda la Sagrada Escritura de principio a fin.

La revelación bíblica –especialmente los evangelios– nos muestra la mirada del amor incondicional de Dios que siempre nos salva. Jesús miró al joven rico y lo amó (Mc 10, 21); miró al publicano Mateo y lo llamó (cf. Mc 2, 14); vio al paralítico y lo curó (cf. Mc 2, 5); miró a la pecadora y la perdonó (cf. Lc 7, 48); vio al leproso y tuvo compasión de él (cf. Mc 1, 40); vio a la muchedumbre hambrienta y la sació (cf. Jn 6, 1-13); vio a Jerusalén cerrada a la conversión y lloró por ella (cf. Lc 19, 41); vio el débil corazón de Pedro y le aseguró la oración por él (cf. Lc 22, 32). Sí: el mirar de Dios que nos ha manifestado Jesucristo es amar, y amar siempre, a todo hombre y a todo el hombre. Y en esa mirada cada ser humano redescubre su dignidad y su verdadera identidad: ser amado por Dios.

Los monjes y monjas que viven, oran y trabajan en los más de 800 monasterios de la Iglesia que peregrina en España han sido mirados por Dios con un amor que ha cautivado sus corazones transformándolos. Contemplados por la Trinidad aprenden a diario ellos mismos a contemplar al mundo y a cada persona con esa misma mirada divina, amorosa y compasiva, intercesora y benévola, bendita y salvífica, amando hasta comulgar con las penas y las tristezas de los hombres, con sus gozos más nobles y sus esperanzas más altas.

El papa Francisco habla a nuestras hermanas contemplativas concretamente diciendo:

«Que el Señor realice en vuestros corazones su obra y os transforme enteramente en él, que es el fin último de la vida contemplativa; y que vuestras comunidades o fraternidades sean verdaderas es- Presentación 9 cuelas de contemplación y oración. El mundo y la Iglesia os necesitan como “faros” que iluminan el camino de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo. Que sea esta vuestra profecía. Vuestra opción no es la huida del mundo por miedo, como piensan algunos. Vosotras seguís estando en el mundo, sin ser del mundo (cf. Jn 18,19) y, aunque estéis separadas del mundo, por medio de signos que expresan vuestra pertenencia a Cristo, no cesáis de interceder constantemente por la humanidad, presentando al Señor sus temores y sus esperanzas, sus gozos y sus sufrimientos. No nos privéis de esta vuestra participación en la construcción de un mundo más humano y por tanto más evangélico. Unidas a Dios, escuchad el clamor de vuestros hermanos y hermanas (cf. Éx 3, 7; Jer 5, 4) que son víctimas de la “cultura del descarte”, o que necesitan sencillamente de la luz del Evangelio. Ejercitaos en el arte de escuchar, “que es más que oír”, y practicad la “espiritualidad de la hospitalidad”, acogiendo en vuestro corazón y llevando en vuestra oración lo que concierne al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gén 1, 26). Como he escrito en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, “interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño”. De este modo, vuestro testimonio será un complemento necesario del que los contemplativos en el corazón del mundo dan testimonio del Evangelio, permaneciendo totalmente inmersos en las realidades y en la construcción de la ciudad terrena» .

Efectivamente, todos los miembros de la Iglesia estamos unidos a los contemplativos, que interceden por la humanidad y cooperan en la construcción de un mundo más evangélico. Descubramos la vida contemplativa como escuela de escucha, tanto de la voluntad de Dios como de quienes necesitan la luz de Cristo. Igualmente, descubrámosla como escuela de una «espiritualidad de la hospitalidad», para contribuir a superar la «cultura del descarte». Escuelas para enseñar y aprender a «contemplar al mundo con la mirada de Dios».

Contemplemos el mundo y a cada hijo de Dios con la misma mirada de Dios, nuestro Padre. Si miramos a Aquel que nos mira con tanto amor nuestra vida cambia, todo se transforma, acontece salvación. El místico y cardenal Nicolás de Cusa (1401-1464) decía: «¡Qué admirable tu mirada, oh, Dios de la contemplación, para todos los que la buscan! Con tu mirada, Señor, das vida a todo espíritu, regocijas a todos, alejas toda tristeza. ¡Mírame, pues, compasivo, y mi alma será salva!» .

Aprendamos todos de las personas consagradas en la vida contemplativa a mirar al Señor, fijando los ojos en Aquel que inicia y completa nuestra fe (cf. Heb 12, 2): Jesús, el Redentor del mundo.

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