Pentecostés. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo, recibid el Espíritu Santo

Día 24 de mayo, solemnidad de Pentecostés.

Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
– «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
– «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
– «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

espirituREFLEXIÓN

Hoy la Iglesia celebra una gran solemnidad: el Espíritu de Dios que nos da vida, que llena todo nuestro ser, nos inunda de claridad, de alegría, de fuerza, de testimonio, de fe. ¡Es la gran fiesta del Espíritu, la gran invasión del Espíritu! Un día fuerte, para vivirlo con alegría, con ilusión y con fuerza.

Nos dice el texto que al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en su casa con las puertas cerradas, con el miedo que les caracteriza después de su muerte y lo primero que les dice es: “¡Paz!”. En esta gran fiesta, lo primero que se nos va a decir: “¡Paz!”. Porque sin paz no nos podemos transformar, sin paz nos entran miedos, desesperanzas, dudas, faltas de entusiasmo. Pero Él sabe que esta paz es sumamente frágil y se nos va. Por eso hoy nos regala la gran fuerza de su Espíritu, que lleva consigo todos los dones, para poder vivir bien en esa apertura de amor, como Él quiere.

Un acontecimiento que nos va a cambiar la vida: va a convertir el miedo en paz, la tristeza en alegría, el egoísmo en generosidad, el odio en perdón… Es un lenguaje totalmente diferente. ¡Pentecostés es un grito de esperanza, de unidad, de amor! Pero todos estamos llamados a participar en esta fiesta del Espíritu, tenemos que abandonar los miedos y empezar a vivir el Evangelio de la buena noticia. Es un mensaje precioso el de hoy: nos infunde todos sus dones y lo hace junto a María, la Madre de Jesús, con toda clase de riqueza. Él no se puede callar, Él se ha ido, pero nos tiene que dar esa fuerza, ese poder nuevo y nos dice: “Como el Padre me envió, así os envío Yo”.

Preparémonos para recibir estas frases y hacerlas vida dentro de nosotros: “¡Recibid el Espíritu Santo, mi Espíritu, mi Logos, mi Amor!”. Con la Iglesia tenemos que celebrar este gran acontecimiento y que resuenen en nuestros oídos las estrofas del himno de hoy:

¡Ven, Espíritu divino! manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido,
luz que penetra las almas, fuente del mayor consuelo,
entra hasta el fondo del alma.
Divina luz, ¡enriquécenos!
Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro.
Mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.

Con alegría tengamos este gran encuentro, con alegría pongámonos junto al Señor, junto a su corazón, para que Él nos forme y nos reforme todo lo que no le gusta a Él. Le tenemos que decir: “Riega mi tierra, sana ese corazón enfermo, lávame de las manchas, doma este espíritu indómito, guíame, guíame…”. Y con alegría decirle: “¡Bendice alma mía al Señor! ¡Qué grande eres! ¡Gloria y honor a ti!
¡Gloria y honor a ti!”.

Entremos en el camino del Espíritu, dejémonos invadir de este torrente de amor y de paz, de esa, como ventolera que arrastra todo, pero que nos llena de alegría. Tú nos envías por el mundo en tu nombre, haznos libres, fuertes, grandes, para recibir tu Espíritu y con Él, démosle gracias por todo y pidámosle que sepamos abrir este corazón y repitámosle mucho hoy: “¡Ven, Espíritu Santo, llena este corazón y enciéndelo del fuego de tu amor! ¡Ven sobre mi vida, ven sobre mí!”.

Nos unimos a María, y que haga ella la súplica por nosotros para que nos invada este gran Espíritu: Espíritu de temor, Espíritu de fe, Espíritu de paciencia, Espíritu de amor, de sabiduría, Espíritu de fortaleza. Gracias, Señor, por esta gran solemnidad. Gracias, Señor, por este gran Pentecostés. Gracias, Señor, porque nos haces nuevos. Gracias, Señor, porque tu acción secunda todo y porque tu acción entra como una experiencia fuerte en mi corazón, que me consuela, que me da  fuerza, que me quita de tanta superficialidad. Gracias, Señor.
¡Espíritu Santo, ven! ¡Ven, Espíritu Santo sobre mí y enciende nuestros corazones!

Repitamos el himno del Espíritu Santo y llenémonos de su calor y de su amor y con alegría celebremos la gran fiesta de Pentecostés, el gran festival del amor.

A esto te invito.
¡Que así sea!

a

SECUENCIA

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. AMÉN.

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