Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros, los ricos

Domingo 16 de Febrero de 2025. VI Domingo del T. Ordinario.

Lectura del evangelio según san Lucas (6,17.20-26).

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacian vuestros padres con los falsos profetas.»

REFLEXIÓN

«Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros, los ricos»

Dice el profeta Jeremías que son bienaventurados los que por encima de todo confían en el Señor. Estarán bien plantados, como el árbol junto al agua. No les faltará de nada y darán frutos abundantes. A su alrededor todo será verdor y alegría. Su destino nos remite a la primera página del paraíso terrenal. “El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en medio del jardín del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara”. La bienaventuranza de la primera pareja es un don del Creador. Y su deber es trasladarla al resto de las creaturas.

Por el contrario, “malditos son quienes confían en el hombre, y en la carne buscan su fuerza apartando su corazón del Señor”. Adán y Eva han caído en la tentación de confiar en sí mismos y desconfiar de Dios. Se arrastran el uno al otro al pecado y con ellos entra en decadencia la creación entera. Por eso, “habitarán en tierras resecas; será como un cardo en la estepa, no verán llegar el bien; habitarán la aridez del desierto”. Quienes se apartan del Señor, atraen toda clase de males para sí y para el mundo.

Entonces, ¿en quién confía nuestro corazón? Para responder a esta pregunta, hemos de hacer un sincero examen de conciencia. ¿Qué nos atrae con tanta fuerza que somos incapaces de resistirnos? ¿El confort, el placer, el dinero, el propio yo? Nos engañamos fácilmente, decimos querer una cosa y hacemos la contraria. Nos pasa como a San Pablo, que en la carta a los Romanos y en un ejercicio de sinceridad confiesa que no entiende su comportamiento, pues no hace lo que quiere, sino que hace lo que aborrece. Pablo encuentra el remedio en Jesucristo. Si confiamos en Él, nuestra vida resucita. Pasamos de la muerte a la vida. Cristo no solo cambia la mentalidad y nos llena el corazón de confianza, sino que nos aporta la fuerza para vencer al pecado en nosotros. El Resucitado va por delante marcándonos el camino y dándonos la seguridad de que no estamos ni solos ni abandonados.

En el Sermón de la montaña de san Lucas, Jesús nos presenta su programa de vida y acción, que es el programa de su Padre para con la humanidad: la felicidad de todos sus hijos. La felicidad de los pobres, de los hambrientos, de los que lloran, de los maltratados por otros hombres.

Ante las calamidades de la vida, muchas personas se preguntan ¿Por qué me ha tocado a mí? Unos ganan y otros pierden sin mas ley que la del puro azar.  Pero Dios nuestro Padre quiere el bien de todos sin exclusión. De una u otra manera, todos tenemos derecho a la bienaventuranza. Para hacerlo posible Dios cuenta con nosotros, aliviando la economía de los pobres, saciando el hambre y la sed de los pueblos; enjugando las lágrimas de los tristes; defendiendo a los maltratados. La práctica de las obras de caridad y solidaridad nos conduce a la bienaventuranza compartida. Los unos ofrecen los consuelos materiales y los otros responden con gratitud. Amor con amor se paga. Y Dios nuestro Padre, que es el Amor supremo, nos da a gustar esa bienaventuranza que habrá de completarse en la vida eterna. Si no hubiera resurrección de los muertos a Jesús se le rompería su discurso y nosotros no tendríamos esperanza. Pero Cristo ha resucitado en verdad y su plan sigue adelante. Ahí se apoya nuestra esperanza.

La fe es confianza de lo que no se ve, y esta confianza genera esperanza en Jesús, el Señor resucitado. Las bienaventuranzas nos ayudan a comprender en qué o en quién de verdad hemos puesto nuestra confianza. Somos llamados a sentir el contraste entre una vida que se mueve solo a ras de tierra y una existencia orientada hacia Dios. Jesús nos pide la pobreza elegida como modo de vida y que se manifiesta en la sencillez, en la búsqueda del bien por encima de cualquier interés personal, en la generosidad, en el saber que se puede vivir con poco, y que el mejor tesoro es el amor de Dios manifestado en Jesús y sus palabras.

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