Feliz Navidad!
La Navidad es para casi todo el mundo una fiesta conocida. Cuando pensamos en la Navidad nos viene a la mente un período de descanso, en el que el trabajo o los estudios nos darán unos días de tregua. La Navidad es también un tiempo para compartir con la familia, para ver, quizá, a personas que habitualmente no podemos ver.
Más allá del merecido descanso, del compartir con la familia, del reclamo publicitario y los regalos, de los sentimientos y las emociones que nos embargan a cada uno… Más allá de todo esto, ¿Qué es la Navidad? ¿Cómo podríamos aprender a vivirla conforme a lo que realmente es y lo que Jesús-Niño nos trae?
La Navidad, es un acontecimiento inimaginable porque es difícil comprender que el Dios todopoderoso que ha creado el cielo, la tierra y cuanto contienen esté ahora Él mismo, débil y necesitado de los demás, recostado en las pajas de un pobre portal. La encarnación del Verbo, su nacimiento en un pesebre, sigue la admirable lógica de Dios que trastoca la lógica del mundo. Como canta María en el Magníficat, cuando va a visitar a su prima Isabel, el Dios de la Navidad dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos (Lc 1, 51-53).
Frente a estos acontecimientos extraordinarios, san Lucas nos dice que María “guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19). Mientras los pastores pasan del miedo a la admiración y a la alabanza, la Virgen, gracias a su fe, mantiene vivo el recuerdo de los acontecimientos relativos a su Hijo y los profundiza meditando todo en su corazón, o sea, en el núcleo más íntimo de su persona. De ese modo, ella nos sugiere, el don y el compromiso de la contemplación y de la reflexión, para poder acoger el misterio de la salvación, comprenderlo más y anunciarlo con mayor impulso a los hombres de todos los tiempos.
Hay que preparar lo inesperado en el silencio, porque es ahí donde habla la Palabra que debe ser oída en Navidad. Más allá de todo, cuando ponemos todo eso en silencio, hay un silencio fértil en el que es pronunciada la Palabra que debe ser escuchada en Navidad. Como escribió san Juan de la Cruz, “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída”.
La Navidad nos enseña que la riqueza máxima es despojarse de todo, nuestra libertad encontrará su plenitud en la entrega amorosa a los demás, la palabra más viva y fértil es la que se pronuncia en el silencio y desde él. Sólo si aprendemos a ver y a apreciar la ternura seremos capaces de sentir y ver a Dios en nuestras vidas.
La Virgen María, cuando contemplara este misterio, se haría tantas preguntas a las que no encontraría respuestas lógicas, ya que ella no lo tuvo fácil. Hubo de vivir situaciones en las que lo inesperado y sorprendente necesitaron tiempo y reflexión. ¿Cómo se podía compaginar lo que el ángel anunció con lo que la realidad le iría marcando? Necesitó mucha reflexión, mucho ponerse en las manos de Dios, y una total apertura a dejarse sorprender por su hijo y a aceptar lo que Él hace más que lo que ella pudiera esperar de Él
Conocemos muchos cuadros en los que María mira dulcemente a Jesús, su hijo. Esa es la mirada de Dios a nosotros. En sus manos estamos, su ternura le lleva a fijar sus ojos en nosotros. Nuestra respuesta es sentir esa mirada de Dios. Y sólo la percibiremos desde una actitud humilde, como María, si nos hacemos niños, débiles, en sus brazos. El rico, el poderoso, el autosuficiente no se siente mirado por Dios, ni cree necesitar su mirada. No se ve con necesidad de salvación.
Quizá te estés preguntando por el sentido de tu vida. Busca esta Navidad ese silencio fértil, deja que nazca en él el llanto de un niño. Quizá no entiendas ese llanto, pero es el del mismo Dios que te llama. Ve a Él como fueron los pastores. Pon a sus pies toda tu pobreza. Acepta lo que te muestre: Él cambiará tu vida, la transformará completamente para que seas feliz, más aún, para que seas bienaventurado. Encontrarás así la plenitud humana: Dios tiene reservada para ti una felicidad aún mayor y mejor que cualquier cosa que ahora seas capaz de imaginar.
¡Ojalá puedas vivir este Nacimiento! ¡Feliz Navidad!