Jesús, como Elías y Eliseo, no solo es enviado a los judíos

Domingo, 30 de enero de 2022. IV del Tiempo Ordinario. 

Lectura del evangelio según san Lucas (4,21-30).

En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Y decían:
«¿No es este el hijo de José?».
Pero Jesús les dijo:
«Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».
Y añadió:
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

REFLEXIÓN

UN DICHO DE ACTUALIDAD

Nazaret era una aldea pequeña, perdida entre las colinas de la baja Galilea. Todos conocen allí a Jesús: lo han visto jugar y trabajar entre ellos. La humilde sinagoga del pueblo está llena de familiares y vecinos.

Allí están sus amigos y amigas de la infancia. Cuando Jesús se presenta ante ellos como «enviado» por Dios a los pobres y oprimidos, quedan sorprendidos. Su mensaje les agrada, pero no les basta. Piden que haga entre ellos las curaciones que, según se dice, ha realizado en Cafarnaún. No quieren un «profeta» de Dios, sino una especie de «mago» o «curandero» que dé prestigio a su pequeña aldea.  Jesús no parece sorprenderse. Les recuerda un dicho que quedará grabado en el recuerdo de sus seguidores: «Os aseguro que ningún profeta es bien acogido en su pueblo». Según Lucas, la incredulidad y el rechazo de los vecinos de Nazaret van creciendo. Al final, «furiosos», lo echan «fuera del pueblo».

El refrán de Jesús no es una trivialidad, pues encierra una gran verdad. El «profeta» nos enfrenta a la verdad de Dios, pone al descubierto nuestras mentiras y cobardías y nos llama a un cambio de vida. No es fácil escuchar su mensaje. Resulta más cómodo «echarlo fuera» y olvidarnos de él.

Los cristianos decimos cosas tan admirables de Jesús que a veces olvidamos su dimensión de «profeta». Lo confesamos como «Hijo de Dios», «Salvador del mundo», «Redentor de la humanidad», y pensamos que, al recitar nuestra fe, ya lo estamos acogiendo. No es así. A Jesús, «Profeta de Dios», le dejamos penetrar en nuestra vida cuando acogemos su palabra, nos dejamos transformar por su verdad y seguimos su estilo de vida.

Esta es la decisión más importante de los seguidores de Jesús: o acogemos su verdad o la rechazamos. Esta decisión, oculta a los ojos de los demás y solo conocida por Dios, es la que decide el sentido de mi vida y el acierto o desacierto de mi paso por el mundo.

La oración colecta de hoy es un modelo de lo que todos lo días hemos de pedir: el amor a Dios y al prójimo. Porque si no tenemos en nosotros el don del amor de Dios, nuestra lucha contra el pecado será más difícil, así como el crecimiento en la virtud (cf. 2 lect.). El Ev. nos presenta la raíz del carácter misionero de la Iglesia: Jesús, como Elías y Eliseo, no fue enviado solo a los judíos. La 1 lect. hace referencia también a esa apertura de la predicación profética hacia los gentiles, cuando Dios le dice a Jeremías: «Te nombré profeta de los gentiles». Aunque llevar a todos el Evangelio nos pueda producir incomprensiones y persecuciones, no hemos de tener miedo porque el Señor está con nosotros para liberarnos.

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