Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo

Domingo, 9 de agosto. XIX semana del Tiempo Ordinario.

Lectura del evangelio según san Juan 6, 41-51

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían:
– «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo:
– «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios.»
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí.
No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre.
Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

REFLEXIÓN

«Pan vivo para la vida»

La vida del cristiano está llamada a ser una reproducción de aquella de Cristo. Así nos lo dice san Pablo en la segunda lectura: «Sed imitadores de Dios». Esta imitación del Señor se concreta, por un lado, en el esfuerzo en la vida moral: «Desterrad la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos perdonándonos unos a otros como Dios os perdonó»; y por otro lado, en la dimensión sacramental de la existencia; es decir, en asumir todo ello como una oblación al Padre: «Vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor». Todo ello teniendo en cuenta que nuestro destino es la «liberación final». Olvidar todo esto significaría poner triste al Espíritu Santo; con esta original y audaz expresión se sustancia la naturaleza del pecado del hombre a los ojos de Dios.

Sin embargo, para lograr esta vida cristiana auténtica es necesaria la ayuda de la gracia divina. Así se expresa en la súplica de la antífona de entrada: «Piensa, Señor, en tu alianza, no olvides sin remedio la vida de los pobres… no olvides las voces que acuden a ti». Está bien podría ser la oración de Elías por el desierto, a propósito de la primera lectura. Después de haber vencido a los sacerdotes paganos, tiene que huir por miedo a las represalias. Camino del Horeb, la montaña sagrada, vaga por el desierto «Cuarenta días y cuarenta noches». Es el tiempo bíblico que expresa la preparación y la espera de una situación mejor que llegará con la intervención de Dios. Durante este tiempo llega hasta que, por dos veces, recibe el alimento necesario gracias al auxilio divino: «Un ángel lo tocó y le dijo: «Levántate, come»… vio en su cabecera un pan cocido en las brasas y una jarra de agua». La constatación de que «el camino es superior a tus fuerzas» resume la idea que queremos destacar: sin el Señor, el profeta no podría llevar a cabo su misión y tampoco podría llegar a encontrarse con el Dios presente en la suave brisa de la montaña santa.

Elías fue beneficiario del alimento material para subsistir en el desierto, sin embargo, los cristianos recibimos el «pan bajado del cielo» para ayudarnos en nuestra vida de creyentes. En el Evangelio se proclama hoy otra sección del discurso del pan de vida en el que Cristo comienza a identificar el pan con su cuerpo. Hay una crítica de los judíos, tan característica de san Juan, como respuesta a las palabras del domingo pasado. La razón estriba en el origen de Jesús: «¿No es este el hijo de José? … ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?». Tras sus palabras sobre su origen divino y sobre la fe en él, concluye identificándose con el pan dela vida eterna y equiparando ese pan con su carne.

El salmo responsorial de hoy nos repite: «Gustad y ved que bueno es el Señor», Sal. 33.

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