San Francisco Coll i Guitart, fundador de la Congregación de Dominicas de la Anunciata

San Francisco Coll i Guitart, 19 de mayo.

Francisco Coll i Guitart nace el 18 de mayo de 1812 en Gombrén, diócesis de Vic y provincia de Gerona, en el seno de una sencilla familia de cardadores de lana. Es el menor de once hermanos, a quienes la madre, viuda al poco de nacer Francisco, educó en la sólida piedad cristiana. La infancia de Francisco fue sencilla, pero no careció de dificultades y circunstancias adversas que le ayudaron a forjar una personalidad fuerte y vigorosa.

Cataluña todavía ocupada por los ejércitos de Napoleón sufría las consecuencias de la guerra; eran tiempos de escasez, hambre y todo tipo de problemas para la ya difícil vida de aquellas sencillas gentes de la montaña.

Desde sus primeros años se sentía apóstol. Sus amigos acudían a oír sus predicaciones infantiles desde la fuente en la plaza del pueblo, o subido a bancos y sillas. Todos veían en él un futuro sacerdote. A los diez años dejó Gombrèn, se despide de su madre y hermanos y marchó a estudiar al seminario de Vic, alternando sus estudios con la enseñanza a los niños en la masía de Puigseslloses. Piedad, estudio, enseñanza, apostolado: buenos cimientos para un futuro predicador y fundador. Hay buen ambiente intelectual en el seminario, con buenos profesores, pues por sus salas pasan personajes ilustres de Cataluña como Balmes, Antonio Mª Claret y otros.

Los biógrafos hablan de un personaje desconocido que en la calle le dice: “Tú, Coll, debes hacerte dominico”. La convicción profunda del joven, fruto seguramente de años de búsqueda y discernimiento, le llevan a tomar la decisión, una vez cumplidos los 18 años, de llamar a las puertas de los frailes dominicos en el convento de Santo Domingo de Vic. Allí le recomendarán que vaya al convento de la Anunciación de Girona. Sólida formación teológica que le llevará cinco años, intensa vida de oración: las dos alas que le servirán para volar por toda Cataluña como apóstol del Evangelio, enamorado de María. En 1830 entraba en el noviciado. En 1835 todos los religiosos tuvieron que abandonar sus conventos, que pasaban a manos del Estado. Fray Francisco seguirá siendo dominico para siempre. No hubiera podido encontrar para su vida un modelo mejor que Domingo de Guzmán.

En Solsona en 1836, Fray Francisco es ordenado sacerdote. Desde entonces, su vida será un gastarse continuo en toda la gama de servicios ministeriales y apostólicos: catequesis, confesiones, dirección de almas, y sobre todo, predicación. Francisco Coll continuaría siendo dominico toda su vida. Firmaría anteponiendo a su nombre «Fray», y posponiendo las siglas «OP», que significan: de la Orden de Predicadores (dominicos). Y llevaba muy dentro de su alma de apóstol la consigna de Cristo: «Id y predicad». Por eso, desligado de las cargas parroquiales, recorrerá toda Cataluña, dando ejercicios espirituales a sacerdotes y religiosas y predicando misiones populares, con tanto éxito, que su gran compañero, San Antonio María Claret decía: «Cuando ha predicado el P. Coll en una población, ya no nos queda nada que espigar a los demás».

Le gustaba trabajar en equipo, está convencido de que la misión en equipo es más eficaz, se junta con otros misioneros, dominicos, jesuitas, agustinos, sacerdotes diocesanos, con ellos trabaja en novenarios, misiones de una semana, de 20 o más días, en las que el fruto es más copioso. Colaboró con el equipo que puso en marcha San Antonio María Claret y que recibía el nombre de “Hermandad Apostólica”. También Francisco Coll, como los misioneros de Claret fue nombrado por la Santa Sede misionero apostólico, título que utilizó toda su vida.

Con intenso afán se dedicó a evangelizar los pueblos de Cataluña; recorrió las diócesis de Barcelona, Lérida, Gerona, Vic, Tarragona, Solsona y Urgell, dejando huellas imperecederas por su palabra fogosa y su buen ejemplo. Su vocación dominicana le impulsaba a buscar y vivir la verdad y a predicarla en medio de tanta ignorancia y desorientación religiosa.

El mundo es pequeño para un corazón de apóstol. El P. Coll veía que la mies era mucha. Su afán, inmenso. Sus posibilidades, limitadas en el tiempo y en el espacio. ¿Por qué no ampliar su espíritu y su misión? La respuesta a este interrogante es la obra maestra del Padre Coll: la Congregación de dominicas de la Anunciata. Sus hijas continuarían cultivando los campos donde el Padre Coll iba sembrando la Palabra, especialmente entre la juventud femenina.

En 1858 fue nombrado director del Beaterio de Terciarias dominicas de Vic, una comunidad que dirigía en la ciudad un colegio de niñas llamado Colegio de Santa Catalina de Siena. Este colegio y su labor educadora de centenares de niñas y jóvenes que acudían a él era bien conocido del P. Coll, pues estaba próximo al seminario, y ya de estudiante veía con agrado su labor de enseñanza en las niñas. En su trato personal el P. Coll conoció y dirigió a jóvenes deseosas de dedicarse al servicio de Dios y de sus prójimos. Francisco sabía bien que aquellas jóvenes pobres nunca tendrían oportunidad de entrar en buena parte de los conventos de entonces. Empezó a madurar dentro de sí la idea de reunir algunas de esas jóvenes, prepararlas para la educación y repartirlas por los pueblos para que, con su trabajo evangelizador, dieran continuidad a la labor misionera, educaran cristianamente a las niñas, y sembraran por las poblaciones grandes y pequeñas la semilla de la verdadera doctrina, o sea del Evangelio. El Padre Coll presentó su proyecto al obispo quien dio su consentimiento y el 15 de agosto de 1856 nacía la Congregación de las Hermanas Dominicas de la Anunciata. Pronto la congregación se extendió por toda España. Los Colegios de la Anunciata serán focos de irradiación evangélica, junto con la formación humana, con el espíritu de sencillez. De alegría, de servicio que caracterizó al fundador.

El 2 de diciembre de 1869 el Padre Coll se hallaba predicando un novenario en Sallent, diócesis de Solsona, cuando sufrió un ataque de apoplejía que le afectó la vista dejándole completamente ciego. A partir de entonces serán frecuentes los ataques apopléticos. La vida austerísima, las correrías apostólicas, la lucha contra las mil dificultades que encontraba su Congregación, habían acabado con sus fuerzas. Santamente, como había vivido, pasó de este mundo a la Casa de Padre, de la mano de María, el 2 de abril de 1875 en la casa asilo de sacerdotes de Vic. Fue enterrado en el cementerio de Vic. En 1888, sus restos fueron exhumados y trasladados a la iglesia de la nueva Casa Madre, donde reposan hasta el día de hoy.

Atrás dejaba una prolongación de su vida y de su misión: más de trescientas Hermanas, animadas de su mismo espíritu. Hoy más de mil Dominicas de la Anunciata, sirven a Cristo en los hermanos: colegios, misiones, hospitales, asilos, residencias, obras sociales, colaboración con parroquias y Obras de Iglesia… todo un amplio abanico del servicio cristiano en Europa, América, África y Asia.

El 29 de abril de 1979 es solemnemente beatificado en Roma por el Papa Juan Pablo II. Y el 11 de octubre del 2009 fue canonizado por el Papa Benedicto XVI en la Basílica de San Pedro.

Semblanza Espiritual

Sus rasgos humanos:

• Era de naturaleza sana y robusta.
• De carácter tenaz y decidido.
• Inquieto, emprendedor, creativo.
• Era muy sociable, comunicativo y abierto con todos.
• Bondadoso, compasivo y de talante pacífico.
• De trato suave y amable.
• Alegre y con sentido del humor.
• Generoso y desprendido de las cosas.
• Comparte su casa, su vida y la misión con los demás.
• Humilde, prudente y sencillo.
• Paciente y sufrido.
• Veraz y franco en el hablar.
• Responsable en su quehacer, estudio, trabajo, compromisos.
• Coherente, vive lo que predica.
• Inclinado a la piedad, profundamente religioso.

Rasgos desde la identidad cristiana y dominicana:

• Hombre de fe. Centra su vida en Dios.
• Consagra su vida al servicio de Dios en la Orden de Predicadores.
• Hombre de esperanza. Alienta en todos la esperanza de la vida eterna.
• Hombre de caridad ardiente. Ama a Dios por encima de todo. Vive la compasión y misericordia con los demás, especialmente con los pobres.
• Hombre de oración y contemplación-apostólica.
• Apóstol intrépido y audaz, infatigable en la predicación, atento a las necesidades de los hombres y mujeres de su época.
• Destaca por su amor a María y su divulgación de la devoción del rosario.
• Hombre libre y disponible para la misión itinerante.
• Radicalmente pobre.
• Hombre fuerte. Fiel a su ideal, con la fortaleza del Espíritu, persevera en las dificultades.
• Tiene por modelo de vida apostólica a Santo Domingo de Guzmán.
• Gasta su vida al servicio de los demás.
• Vive su enfermedad y su ceguera con admirable aceptación y busca siempre hacer aquello que agrade más a Dios.

Los comentarios están cerrados.