Oración

LA LITURGIA Y LA ORACIÓN

“La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (Sacrosanctum Concilium 10). Esta definición de la liturgia explica muy bien cuál es el centro de la monja dominica que se alimenta de la liturgia para llevarla a la vida y hacer de la misma una constante oración de alabanza, una oración litúrgica ininterrumpida. La liturgia, en cuanto glorificación perfecta de Dios y causa eficaz de nuestra propia santificación, alimenta y exige por diversos motivos la oración y la dimensión contemplativa de nuestra vida dominicana.

La vida de toda dominica queda envuelta totalmente por la oración litúrgica, en ella se realiza en el presente el misterio de salvación, sobre todo en la Eucaristía en la que“Cristo es comido, se renueva la memoria de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la vida futura”. “A través de la liturgia las monjas, juntamente con Cristo, glorifican a Dios por el eterno designio de su voluntad, y por la admirable disposición de su gracia interceden ante el Padre de las misericordias por toda la Iglesia y también por las necesidades y salvación de todo el mundo”. (C.M. 75) La celebración solemne de la Liturgia es, pues, el corazón de nuestra vida, cuya unidad radica principalmente en ella.

En la vida de las monjas dominicas la misa conventual es el centro de la liturgia de la comunidad. Por eso, la vida misma de una dominica es una alabanza día y noche que se alimenta y se vigoriza de un solo Pan y un mismo Cáliz y por esta “ofrenda espiritual” rogamos al Padre haga de nosotros una “ofrenda eterna” para sí.

En nuestras comunidades la celebración diaria de la Eucaristía reviste siempre carácter de solemnidad, si bien tenemos muy en cuenta las peculiaridades de las diversas celebraciones litúrgicas. Así pues la celebración solemne de la Eucaristía junto con la celebración del Oficio Divino envuelve las veinticuatro horas de cada día en nuestra vida consagrada. Es la actividad más importante, la actividad orante por excelencia de toda dominica. A este fin todos los días se dedica un tiempo, a nivel de comunidad, para preparar dichas celebraciones, procurando no dar cabida a la improvisación. Nos viene de herencia de nuestro Padre Fundador, Santo Domingo, el amor a la liturgia. Se dice de él que celebraba con gran fervor la Eucaristía y que asistiendo con los frailes al canto del Oficio Divino, los animaba e iba de un coro a otro estimulándolos en su fervor.

Dentro de la celebración del Oficio Divino, dándole prioridad a las Laudes y Vísperas, hay también un momento importante para nuestra Orden, es al finalizar el día, cuando toda la comunidad se reúne, nuevamente, para el canto de las Completas. Siempre ha tenido un carácter “especial” en la vida de todo dominico/a este momento. Es una tradición en la Orden que conservamos con delicadeza y devoción. Es el momento de llevar a Dios toda la creación, toda la humanidad, toda la Iglesia que se recoge y reposa en las manos del Padre. Momento también de ponernos a los pies de la Madre de Dios e invocar su protección. Queda así envuelta toda nuestra vida en una única experiencia litúrgica que se convierte en alabanza a Dios-Trinidad.

La clausura, el silencio, el estudio, el trabajo, la búsqueda de comunión en el régimen de vida del monasterio, etc., no son “normas ascéticas” de valor es sí mismas; sino más bien medios necesarios positivamente valorados –sujetos a periódicas revisiones a fin de redescubrir su valor más profundo- que ayudan a la consecución del fin que nos ha convocado , y contribuyen al dominio personal, a una mayor disponibilidad , y al bien común, con importante repercusión en el pueblo de Dios, que misteriosamente es fecundado por la Palabra y edificado por el testimonio profético de nuestra vida: anuncio de los bienes futuros.

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