Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida

Domingo, 16 de agosto. XX semana del Tiempo Ordinario.

Lectura del evangelio de san Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
– «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí:
– «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo:
– «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron;,el que come este pan vivirá para siempre.»

REFLEXIÓN

«EL PAN ES MI CARNE»

Hoy, en el Evangelio, el discurso del Señor sobre el pan de vida da un paso adelante. El domingo pasado escuchamos a Cristo identificarse con el pan que da la vida al mundo, el pan que es superior al que comieron los padres en el desierto, el pan que da la vida para siempre. En el texto que se proclama hoy, las palabras de Jesús llevan a cabo una identificación plena entre ese pan de vida y su carne: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Con el recurso a la dialéctica entre «los judíos» y Cristo, tan característica del evangelista san Juan, se van concretando algunos aspectos de este principio general: comer la carne del Señor y beber su sangre se presenta como imprescindible para tener vida y vida eterna; tiene como resultado la presencia de Cristo en aquel que las recibe y viceversa; la consecuencia de comer y beber es la vida para siempre y la resurrección en el último día.
La concreción de estas palabras evangélicas es la eucaristía que la Iglesia celebra cada día hasta que el Señor vuelva y siguiendo su mandato; es más, ella es el centro de la vida de la Iglesia, como escribió el Papa Juan Pablo II, «el Sacrificio eucarístico es «fuente y cima de toda la vida cristiana». «La sagrada eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo». Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor» .
Algunos de estos temas están también expresados: el «admirable intercambio» eucarístico en el que los hombres ofrecemos a Dios los dones que él nos da y le recibimos a él mismo de la oración sobre las ofrendas; y la comunión sacramental va unida a la participación en la gloria del cielo de la oración después de la comunión.
La revelación de la primera alianza, en la primera lectura, había descrito la comunicación de la sabiduría divina al pueblo de Israel como un banquete. La sabiduría habita en medio del pueblo: «Se ha construido su casa plantando siete columnas»; además, a degustar sus delicias son invitados de todos los puntos de la ciudad, especialmente los inexpertos, los faltos de juicio para alcanzar la prudencia. El banquete de la sabiduría, en el contexto de este domingo, es anuncio del banquete que el Señor dejó a la Iglesia en la última Cena y que Cristo mismo describe en el Evangelio de hoy, pues en la eucaristía, memorial de la Pascua del Señor, se manifiesta el amor y la sabiduría divina. En la segunda lectura, san Pablo exige a los cristianos la sobriedad de vida y la celebración constante de la Acción de Gracias.

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