El amor, fuente de vida y salvación

“Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su unigénito Hijo, para que todo el crea en Él no perezca, sino que tanga vida eterna” (Jn.3,16-17).

Es tan grande el amor de Dios hacia el hombre que no solo nos lo puso de manifiesto por los profetas, sino que nos dio a su Hijo. El ejemplo de Dios nos muestra al amor dado en función de otros, sin reservas y con sacrificio. No debemos olvidar, en medio de este andar en amor, es Dios quién nos capacita para amar y actuar de acuerdo a esta decisión, en la medida que permanecemos aferradas a Él. A lo largo de la historia vemos como el amor de Dios es un amor cercano, aleccionador. Como los Israelitas caminaban por el desierto después de su salida de Egipto, por un largo éxodo, pero ellos percibieron la presencia de Dios en su peregrinación “El Señor sólo los condujo; no hubo dioses extraños con ellos” Y en otro pasaje leemos “Tu Dios te ha llevado como un hombre lleva a su hijo, mientras ha durado tu camino” (Dt. 1,31).
Son tantas las citas que encontramos en la Biblia en el A. T. como en el N.T. del amor de Dios hacia el hombre, nos llevan a un convencimiento de sabernos amados por Él, a vivir esa unión de amor con Él, a un enamoramiento cada vez mayor. En el Cantar de los Cantares encontramos el relato admirable del amor entre Dios y el alma. “Qué bella eres, amada mía, Tus ojos de paloma, a través de un velo” (Cant. 4,1) En Oseas vemos ese solo deseo de hacernos suya. “Te he buscado como a virgen joven. Te he desposado con un desposorio de amor. Te he hecho mía”.

Necesitamos creer en el amor, estar convencidos de esta fuente de vida que es el amor, como un don de Dios infundido en lo profundo del corazón del hombre abriéndose hacia fuera, creciendo en la medida que generosamente se da. Es la energía vital que necesita todo ser humano. El principio y el fin del amor es Dios, el amor sale de Dios, pasa por el hombre y vuelve a Dios. El amor de Dios es personal, nos ama a cada uno como si fuéramos únicos “No temas yo te he rescatado, te llamo por tu nombre. Tú me perteneces, eres precioso a mis ojos, yo te amo” (Is. 43, 1-4).
Ante esta declaración de amor no hay otra solución que rendirse. Es experimentar este amor como una brisa suave que acaricia tu rostro, percibiendo esa frescura, esa limpieza de corazón de contemplar a Dios en su creación, en su naturaleza, en nuestro interior que vive y permanece siempre Dios en nosotros, con nosotros y para nosotros. Digámosle interiormente “Señor, Tú en mí y yo en ti”. La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi” (Ga. 2,20).
San Pablo nos insiste que el espíritu que debe vivir en nosotros nos es el temor, sino el amor, propio que quienes son hijos de Dios. El Señor nos llama a la perfección.: “Ser perfectos como mi Padre es perfecto” seguir el evangelio la perfección está en el amor. Poner en Dios mi esperanza. “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos nuestra morada en él” (Jn. 14,23). El Señor desea morar en nosotros, potenciar este amor en nuestro interior es necesario ser conscientes de esta presencia viva de Dios en mí. Esto conlleva estar despiertos, en actitud de escucha “Tú estabas conmigo, me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera, gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti”. Además una actitud perseverante y constante de vacío y silencio interior para que El haga su obra en mí.

Jesús nos revela el amor en una dimensión divina “Amarás como yo he amado” (Jn. 13,39). Es decir hasta el don total de si mismo. El amor busca nuestra libertad, la disponibilidad, la docilidad, el olvido de nuestro yo, morir a nuestro egoísmo. Jesús es amor que todo lo transforma, lo fecunda, lo vivifica y lo resuelve. El amor es la vida del alma, es el motor que impulsa a todo nuestro ser a obrar, a seguir el querer de Dios. Este amor es a la vez iluminado por la fe, es como energía solar que ilumina toda la asistencia de nuestra vida para estar atentos a su amor y al de nuestros hermanos. Amar nos es cosa fácil, Jesús lo transforma, lo vivifica, lo fecunda, lo resuelve, Él nos dice, “Animo y manteneos firmes, Él nos concede la gracia cada día”.

El amor a tu prójimo y cuidarte de él, vas haciendo tu camino. Ayuda por tanto, a aquel con quien caminas para que llegues hasta aquel con quien deseas quedarte para siempre. Dios se hizo hombre, para que el hombre se hiciera Dios, se hace pan de ángel para que el hombre pueda comer pan de ángeles. Al comer este Pan en cada Eucaristía se renueva cada día nuestro amor, nace de nuevo, siendo obedientes al espíritu. El fuego es el símbolo de Dios. De su amor sin medida, “He venido a prender fuego en el mundo, ¡ojala estuviera ardiendo” (Lc. 12,40) La llama de nuestro amor no puede apagarse, siempre debe estar ardiendo, iluminando y dando calor a los demás. Sólo el amor es el que da sentido y valor a todas las cosas, El Señor no mira la grandeza de las cosas, sino el amor que ponemos al realizarlas. La vida de amor que vivo revela la oración que tengo. A la vez el amor va creciendo en la oración. “El amor saca amor”. No somos nuestros, sino suyos, dejar a Dios la iniciativa.
El corazón está hecho para amar, necesita recibir amor y dar amor. A pesar de experimentar las debilidades y flaquezas de los hombres nuestro amor hacia ellos debe ser total, dispuestos a dar la vida por ellos. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus hermanos”. (Jn. 15,13). El amor verdadero es el que busca al otro para hacerlo feliz.

Tenemos el testimonio de tantos Santos que centraron toda su vida en el amor a Dios y a los demás. San Pablo nos lo expresa muy bien. Que las obras más perfectas nada son sin el amor. “Aunque yo hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, sino tuviera caridad, soy como bronce que suena…. (1Cor. 13, 1-7). Es fuerte el amor como la muerte, es cruel la pasión como el abismo, es centella de fuego, llamarada divina; las aguas torrenciales no podrán apagar el amor, ni anegarlo los ríos. San Pablo nos afirma que la caridad es el camino excelente que conduce con seguridad a Dios. San Agustín nos dice “Ama y haz lo que quieras”. Vemos como santa Teresita descubrió el encanto de ser una criatura. Este descubrimiento le llevo a esa capacidad de acoger al Amor y exclama con gran alegría Por fin, he hallado mi vocación, “Mi vocación es el AMOR” El Espíritu Santo, bajo la influencia de la carta a los Corintios le descubre la clave del camino más excelente. Ella comprendió que la Iglesia tiene un cuerpo compuesto de diferentes miembros, tiene un corazón, este corazón está ardiendo de amor, sólo el amor es el que pone en movimiento los demás miembros de la Iglesia, el amor encierra todas las vocaciones, el amor lo es todo, el amor abarca todos los tiempos y todos los lugares, el AMOR ES ETERNO.

Tenemos el gran ejemplo de Nuestro Padre, Santo Domingo, de su amor a Dios y a los hombres, todas sabemos “Que hablaba con Dios o de Dios” es decir por el día hablaba a los hombres de Dios, y por las noches a habla a Dios de los hombres. No olvidemos su oración constante por la salvación de todos ellos, “Señor, ¿qué será de los pecadores? Durante el día nadie más accesible y afable con los hombres. Durante la noche, nadie más asiduo a las vigilias y a la oración. “Al atardecer le visitaba el llanto, por la mañana el júbilo” (Slm.. 29,6). Dedicaba el día al prójimo y la noche a Dios sabiendo “De día el señor me hará misericordia y de noche cantaré la alabanza” (Slm. 41, 11). Todos los hombres cabían en la inmensa caridad de su corazón, y amándolos a todos, de todos era amado. Consideraba como u deber suyo alegrarse con los que ríen y llorar con los que lloran. (Rm. 12,15).
Nuestra vocación es gratuidad, es obra de la gracia. Es ser vida para los demás desde nuestra vida de amor. Lo nuestro es testimoniar con nuestras obras el Amor de Cristo, nuestra misión específica es la salvación de las almas.

Nuestro lema es “Contemplar y dar lo contemplado”. Esta intuición de Nuestro Padre nos enseña el camino seguro para contemplar al Dios vivo y verdadero para disfrutar de su amor y bondad desde la oración y del estudio de la Palabra. Ese convencimiento de la Palabra, que Dios es mi Padre y el otro es mi hermano.
El amor nos lleva a bajar hasta la nada y que trasforme en fuego esta nada. Amenos gratuitamente, sin buscar nada a cambio, solo por amor, permanezcamos en el Amado y todo lo demás se nos dará por añadidura.

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