Constitución Fundamental

CONSTITUCIÓN FUNDAMENTAL DE LAS MONJAS

I. Las monjas de la Orden de Predicadores nacieron cuando el Santo Padre Domingo asoció a su «Santa Predicación», por la oración y la penitencia, a las mujeres convertidas a la fe católica, reunidas en el monasterio de Santa María de Prulla y consagradas solamente a Dios. A estas monjas, al igual que a los monasterios establecidos en otros lugares, el beatísimo Padre les dio una regla de vida que debían seguir y constantemente les mostró su amor paterno y su cuidado. Efectivamente, «no tuvieron otro maestro que las instruyese en las cosas de la Orden» (1). Después, como parte que eran de la misma Orden, las encomendó a la solicitud fraterna de sus frailes.

II. Tanto los frailes como las monjas tienden, por su manera de vivir, hacia la perfecta caridad para con Dios y para con el prójimo, que es eficaz para buscar y procurar la salvación de los hombres, conscientes de que se convertirán en verdaderos miembros de Cristo cuando se consagren totalmente a ganar las almas, a imitación del Señor Jesús, el Salvador de todos, que se entregó totalmente a sí mismo para nuestra salvación (2). Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo; una misma caridad y una misericordia. La misión de los frailes, de las hermanas y de los seglares en la Orden es «evangelizar por todo el mundo el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (3). La de las monjas consiste en buscarle en el silencio, pensar en El e invocarlo, de tal manera que la palabra que sale de la boca de Dios no vuelva a Él vacía, sino que prospere en aquellos a quienes ha sido enviada (cf. Is 55, 10).

III. Llamadas por Dios, a ejemplo de María, las monjas permanezcan sentadas a los pies de Jesús y escuchen sus palabras (cf. Lc 10, 39). Así se convierten al Señor, apartándose de las inquietudes y solicitudes mundanas. Olvidando lo que quedó atrás y lanzándose a sí mismas a lo que tienen delante (Flp 3, 13), mediante la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, se consagran a Dios por votos públicos. Con pureza y humildad de corazón y con ferviente y asidua contemplación, aman a Cristo que está en el seno del Padre.

IV. Imitando a la Iglesia congregada en Jerusalén por la predicación de los Apóstoles y por la cotidiana y unánime oración (Hch 2, 42) las monjas ofrecen en la presencia de Dios el sacrificio de alabanza, principalmente en la celebración de la liturgia. Perseverando en la oración con María, Madre de Jesús, desean ardientemente la plenitud del Espíritu Santo para que, a cara descubierta, puedan contemplar la gloria del Señor y transformarse en su misma imagen, de claridad en claridad, como movidas por el Espíritu del Señor (cf. 2 Cor 3, 18).

V. Uniformes en la norma de vida puramente contemplativa, guardando en la clausura y en el silencio la separación del mundo, trabajando diligentemente, fervientes en el estudio de la verdad, escrutando con corazón ardiente las Escrituras, instando en la oración, ejercitando con alegría la penitencia, buscando la comunión en el régimen, con pureza de conciencia y con el gozo de la concordia fraterna, buscan «con libertad de espíritu» (4), al que ahora las hace vivir unánimes en una misma casa y en el día novísimo las congregará como pueblo de adquisición en la ciudad santa. Creciendo en caridad en medio de la Iglesia, extienden el pueblo de Dios con misteriosa fecundidad y anuncian proféticamente, con su vida escondida, que Cristo es la única bienaventuranza, al presente por la gracia, y en el futuro por la gloria.

VI. Haciendo profesión de obediencia, según las mismas Constituciones, «no como esclavas bajo la ley, sino como libres por la gracia», mírenlas cuidadosamente como el ejemplar de la propia fidelidad a su vocación divina y practiquen una vida «saludable para sí mismas, ejemplar para los hombres, alegre para los ángeles y grata a Dios» (5).

(1) CECILIA ROMANA, Relación de los milagros obrados por Santo Domingo en Roma, n. 6, Edición BAC, Madrid, 1987, p. 670.

(2) JORDÁN DE SAJONIA, Orígenes de la Orden de Predicadores, n. 13, Ed. BAC, Madrid, 1987, p. 87.

(3) HONORIO III, 18 de enero de

(4) INOCENCIO IV, 11 de mayo de

(5) JORDÁN DE SAJONIA, Orígenes de la Orden de Predicadores, n. 27, Ed. BAC, Madrid, 1987, p. 93; V. HUMBERTO DE ROMANS, Narración sobre Santo Domingo, n. 19, Ed. BAC, Madrid, 1987, p. 303.

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