¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna

Domingo, 23 de agosto. XXI semana del Tiempo Ordinario

Lectura del evangelio según san Juan 6,60-69

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron:
-«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
-«¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo:
– «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.»
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
– «¿También vosotros queréis marcharos?»
Simón Pedro le contestó:
– «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»

REFLEXIÓN

«A quién vamos a acudir?»

La relación del ser humano con Dios se establece en una doble dirección:  el amor  «a  Dios»  y  el amor «de Dios». Estos dos «amores» son complementarios e imprescindibles, según la revelación divina que ha llegado a su plenitud en Jesucristo. Así se pone en evidencia en la liturgia de este domingo.

En el Evangelio, el discurso del pan de vida  llega  hoy  a su conclusión  y, como si de un corolario se tratase, san Juan describe las reacciones de los que escucharon las palabras de Jesús. Es dura la realidad al comprobar que los primeros que se vieron  escandalizados  por  este discurso  fueron  los cercanos al Señor. En dos ocasiones el evangelista apunta que «muchos discípulos» abandonaron a Cristo en este momento: «Muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él». Muchos no quisieron  dar crédito a las «palabras de vida eterna». Sin embargo, hay un grupo que permanece fiel: los doce.

Pedro reconoce que no hay otro camino más que el Señor y afirma el origen divino de su Maestro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir?… sabernos que tú eres el Santo consagrado por Dios». Esta pregunta, casi desesperada por el miedo de perder a Cristo, expresa la radical necesidad y dependencia que tiene el hombre respecto de Dios: «Señor, escúchame. Salva a tu siervo que confía en ti…  a ti estoy llamando todo el día», como dice la antífona  de entrada. El apóstol san Pedro, verbaliza, como portavoz, el amor a Dios que tuvo el grupo de los doce; ellos se presentan como re­ presentantes y modelos de la Iglesia, que afirma su fe, amor y confianza en el Señor que dio su sangre por ella. En una situación análoga, descrita en la primera lectura, se encontró el pueblo de Israel cuando tomó posesión de la tierra prometida.

Las tribus tenían que optar por seguir en fidelidad a Dios o por diluir su fe en medio de las creencias ya existentes en ese lugar. Josué es bien  claro; hay que decidirse y para ello convoca la asamblea de Siquén. La opción  se sintetiza  con estas palabras: «Si no os parece bien servir al Señor escoged a quién servir… yo y mi casa serviremos al Señor». Las doce tribus reafirmaron allí su voluntad de no abandonar al Señor recordando sus intervenciones pretéritas a favor del pueblo de la elección: «Lejos de nosotros abandonar al Señor… él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto».

Junto a estos dos ejemplos de amor y fidelidad a Dios, se nos invita hoy en la segunda lectura a meditar sobre el amor de Dios por su Iglesia. San Pablo explica cómo ama Cristo a su cuerpo por medio de la comparación del amor conyugal:

«Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia».

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